viernes, 25 de agosto de 2023

Recuerdos de la crisis de Mariel


Dentro de las mil anécdotas surgidas a raíz del asalto a la embajada del Perú por la embestida de un ómnibus cargado de personas desesperadas por escapar de Cuba, hay una crónica --posiblemente ficticia, pero que nos llega hasta hoy como verdadera-- que por lo hilarante y bien a tono con las circunstacias, fue muy difundida en el ambiente popular.
Era la primavera de 1980.
En respuesta a la toma de la embajada por los disidentes, Fidel Castro lanzó como eslogan en despectivo discurso, tres frases que permanecen hasta hoy en la memoria de los cubanos:
"Que se vayan. No los queremos. No los necesitamos". Y aquello fue el destapar la olla de presión que sujetaba al pueblo, trayendo consigo
un multitudinario desbordamiento poblacional, cuya vía expedita resultó ser el puerto de Mariel.
La homofobia en Cuba era todavía el plato fuerte de la política revolucionaria en su afán por crear al hombre nuevo: revolucionario, macho y ateo.
Y detrás de estas consignas, se aprovechó la coyuntura para sacar del país, no sólo a los desafectos del sistema y alivianar las cárceles de presos comunes, sino también como deportación de hasta el último homosexual que estuviera a la vista. Iban a buscarlos a sus casas; y sé de un caso específico en el que un jovencito de apellido Magadán, allá por el central Macareño, fue arrebatado de su familia como un vil delincuente, en contra de su voluntad, por el solo hecho de ser gay.
Sin embargo, dentro de aquellos días voraginosos, ocurrieron hechos que, sin dejar de ser dramáticos, resultan hasta simpáticos. Y este es el caso de una joven madre soltera que, desesperada por alcanzar el exilio, quiso aprovechar la coyuntura del Éxodo y se presentó voluntariamente a una estación de policías con su niña de tres años tomada de la mano:
_ Vine a presentarme porque yo soy lesbiana.
El oficial encargado de estos trámites se percató al momento de la feminidad de la muchacha y de sus claras intenciones: aprovechar la única vía de escape en esos años para marcharse de Cuba. Y se le ocurrió el pretexto de la niña:
_ Mire, compañera, puede que usted sea lesbiana y está en todo su derecho para abandonar el país. Pero su niña, no.
Y fue entonces cuando aquella joven, decidida a lo que fuera, soltó una respuesta lapidaria:
_ ¡Es que mi niña es lesbiana también!

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