Lo irreverente de la dirigencia oficialista del régimen cubano sobrepasa los límites de la lógica y el respeto a la población de este país.
¿Cómo el ministro de Economía y Planificación es capaz de enumerar una tras otra las insuficiencias vitales de nuestro pueblo —electricidad, alimentos, medicinas, agua, combustible, transporte y muchas más—, causadas por su mala administración y cierra el diálogo asegurando que el único camino es la continuidad?
Nos están preparando para el colapso total y aún así pretenden continuar en el poder. ¿Es la carta que guardan para después del caos: "¡solo la revolución es el camino!"? ¿Es que todo está listo para incendiar a Roma antes que entregarla?
Esto me retrotrae hasta aquellos preceptos del rey Luis XIV: "El estado soy yo", "Después de mí, el diluvio". Porque la única opción que ofrecen es: "nosotros mismos".
Pero no vaya tan deprisa, ministro, que todos los cubanos no somos imbéciles. Su alocución para gente de lengua amordazada por el miedo, capaces de la resignación a morir de hambre y enfermedades curables antes que parecer contestatarios, no tiene cabida en una oposición real, creciente, intelectual y, a pesar de que no la reconozcan, dispuesta y capaz de elaborar propuestas inteligentes para un cambio pacífico que nos salve a todos.
No nos llamen más "enemigos, traidores, vendepatrias", porque nosotros también tenemos derecho a pensar diferente y a buscar un camino expedito y justo, para sacar de la miseria al pueblo cubano. Reconozcan a esa oposición y hablen con ella. Discutan puntos de vista sobre libertades de prensa, económica, política... Háganse públicos los debates y llévese a cabo un plebiscito vinculante para que el pueblo escoja si los prefiere a ustedes o desea un cambio.
No se aferren a esos aforismos de "el estado soy yo" y "después de mí el diluvio", porque el poder de aquel que los imaginó, cegado por su miopía soberbia, se vio paralizado cuando el pueblo francés, más adelante, cobró justicia de la peor manera.
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