lunes, 1 de agosto de 2011

La calle

La educación de un pueblo se juzga ante todo por su comportamiento en la vía pública. Donde veas falta de educación en la calle, la encontrarás en las casas.

Edmundo de Ámicis
(Corazón)

Este hermoso exergo contiene una verdad incuestionable, porque cada individuo es en la sociedad en que vive, una partícula de ella; por lo tanto, su conjunto confecciona un pueblo.
Tampoco es lo mismo un pueblo letrado que un pueblo instruido; y menos todavía que un pueblo culto y educado. Y eso, más que bache, es el lagunazo de esta sociedad en que hoy vivimos. Quiero, por lo tanto, y en homenaje al hermoso axioma de De Ámicis, colocar fragmentos del capítulo “Degradación” de mi libro inédito “Medio siglo más tarde”.


“Hace poco encontré un letrero en el corazón de mi querida ciudad que reza de esta manera: “Por favor, no saque sus perros a hacer sus necesidades en la calle”
“Era la súplica de alguien que, seguramente todos los días al partir por la acera, tiñe sus zapatos con excrementos caninos sin encontrar un funcionario público que tome medidas sobre este mal, ya generalizado en toda mi ciudad y posiblemente en todas las ciudades del país: se ha fomentado la costumbre de criar perros y sacarlos a defecar encima de las aceras.
“Sin embargo, aunque el hábito de la cría de perros se ha extendido, no así el esmero y el sacrificio que esto conlleva y se tiene un perro, por tenerlo, sin que medie amor hacia el pequeño animal doméstico. Hay quienes, inclusive, los crían para echarlos a pelear como se hace con los gallos finos; por allí se puede valorar el afecto que los ciudadanos de hoy son capaces de sentir por sus cachorros.

“Cualquiera ve como lícito y loable echar basuras en medio de la ciudad, poner desagües de aguas residuales desde los techos de sus viviendas hacia la calle, colocar rejas en las puertas de sus casas que, al abrirlas, impidan el flujo de transeúntes sobre la acera, empercudir la ciudad con la orina y las excretas de sus caballos, entrar a una casa con el pretexto de ir al baño y hurtar lo que le sea posible, estafar a su prójimo vendiéndole algún artículo falso, hurtar un contenedor público para tomarlo como materia prima y fabricar algún objeto vendible para subsistir
“Muchas de nuestras damas de hoy no tienen reparos en irse a los puños en plena calle, ni se sonrojan a la hora de proferir las palabras más soeces en público. Las prostitutas de ayer se mantenían alejadas del ámbito social y ejercían su negocio en establecimientos privados, mientras hoy –eufemísticamente renombradas jineteras –aparecen en cualquier sitio llenas de alhajas y ricos vestidos ante los ojos atónitos de los visitantes ultramarinos que las toman a preferencia de otras –aunque más dignas, menos elegantemente vestidas –y las desposan y se las llevan al extranjero como rico tesoro.
“Pocos ciudadanos se preocupan por no lanzar en la calle el desperdicio que estorba en sus manos, por ceder el puesto a una ancianita en el ómnibus, por ofrecer una sonrisa al que se le acerca para algo, por decir “buenos días” o “buenas noches” al responder al teléfono. Solo la agresividad y la grosería –acaso la válvula de escape ante el miedo a declarar sus inconformidades al Sistema –son una constante en el individuo común de la calle.
“No damos un paso y allí está el “merolico” proponiéndonos algún producto oscuro –muchas veces peligroso para la salud –porque este “merolico” no es otra cosa que una célula más de un pueblo que se niega a trabajar por un salario incapaz de cubrir las necesidades más perentorias. Salir a la calle con una cadena de oro al cuello o deambular por la noche en determinados sitios de la ciudad trae consigo la posibilidad del asalto a mano armada o hasta el asesinato. El carterista prolifera en los ómnibus como algo común y corriente, el hurto de bicicletas es algo cotidiano en la población y el robo con fuerza dentro de las viviendas atiborra los banquillos de los tribunales Las cárceles permanecen repletas: Cuba tiene uno de los mayores índices carcelarios del mundo a pesar de haber consentido un relajamiento en los tribunales y muchos hechos delictivos dignos de cárcel, son sancionados con multas o reclusiones domiciliarias.
“Los mansos buscan cobijo en el cristianismo aún después del fraccionamiento religioso de un pueblo casi absolutamente católico. Los templos se llenan de hombres y mujeres desengañados de vivir en una sociedad que no ofrece alternativas viables y cambios radicales y urgentes, resignados a callar ante el terror blanco que los somete al silencio, y encaminan a sus hijos en la religión, temerosos de perderlos en la marisma de delincuentes que borbotea por doquier.”

Hasta aquí algunos segmentos del capítulo Degradación de mi libro inédito. Pero queda aún mucha más tela por donde cortar. Quedan las interrogantes: ¿por qué una parte de la población de hoy roba, hurta, destroza e irrespeta el bien común de la calle? ¿Por qué el gobierno no toma parte activa con leyes severas en esos pequeños delincuentes callejeros que tanto molestan al pueblo honrado y, sin embargo, se arroga el derecho a intervenir, multar, confiscar y hasta sancionar al particular laborioso que genera ganancias para sí?
Me gustaría escuchar criterios al respecto.

Pedro Armando Junco

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