miércoles, 21 de septiembre de 2011

Alimenta bien a tu siervo y tu vaca te dará más leche (Refrán sueco)

Al cruzar por la calle República, hace apenas unos días, escuché parte de un diálogo que sostenían dos individuos a orillas de una acera:
–La gente de la calle está furiosa. Es como si quisieran dispararse a pelear con el primero que se encuentren –comentó el primero.
–Eso es el hambre –remató el otro, riendo.

Yo comencé a reír también y me detuve disimuladamente, pero ambos se percataron de que había escuchado su diálogo y me miraron con caras muy simpáticas mientras multiplicaban su hilaridad en carcajadas. Es esa la más graciosa y genuina condición del cubaneo: reír de lo que debería echarnos a llorar: Lanzar una mueca de menosprecio a la realidad que nos golpea. Eso nos ha permitido sobrevivir a cualquier crisis.
Objetivamente en Cuba no hay hambre. Hambre hay en el Cuerno de África donde miles y miles mueren de desnutrición todos los años; hambre hubo en Corea del Norte a mediado de los años noventa cuando pereció un cuarto de millón de habitantes. En Cuba lo que hay es prohibición de alimentos agradables y proteicos, como son la carne de res, el queso y leche vacuna, los camarones, quelonios, langostas, etc.
Pero a la prohibición de estos alimentos enumerados se une algo más que, a mi entender, es a lo que hacía referencia el individuo de la calle República. Porque en las shoping se vende todo eso y más, aunque a precios inalcanzables para el cubano común. Las shoping, como su nombre lo indica, fueron abiertas en el país para los que hablan inglés, los extranjeros que nos visitan. Por eso, cuando nos llega un familiar desde afuera, todos les caemos encima para que nos lleve a comer a un Ditú, a un Rápido o algún restaurante en “moneda libremente convertible”.
Pienso que el hombre se refería más bien al precio de los comestibles, “liberados” ahora de la canasta básica subsidiada por el Gobierno. Y si nos adentramos un poquito más en el problema descubriremos que existe una sima muy difícil de trasponer entre la situación pecuniaria de la población y el elevado costo de los alimentos. La economía familiar está al borde del colapso por una serie de medidas drásticas que el Estado, en desmedido afán por recuperar sus finanzas, ha llevado a cabo. Son estas medidas los altos importes de la electricidad, el combustible, y la infinidad de mercancías de primera necesidad hogareña casi tan imprescindible como lo es la comida: ropas, zapatos, utensilios del hogar, etc. El padre de familia que se vea obligado a comprar un par de zapatos a su hijo lo está privando de unas cuantas libras de alimentos que llevar a la boca.
La congelación de salarios en los empleados y la supresión de pensiones a beneficiaros de Bienestar Social, han situado en jaque al sostén económico de la familia cubana, exceptuando aquellas donde existe un dirigente, un policía o un funcionario muy bien acomodado. Las placitas estatales ofertan los productos del agro a tan elevados precios que hacen competencia a los presentados en las shoping, y a la vez determinan la cuantía que el vendedor callejero colocará luego a los suyos. Es algo así como una referencia estatal para la competencia clandestina de mercado negro consentido.
En Cuba no hay hambre de la gorda, de la que mata. En Cuba todo el mundo recibe un trocito de pan cotidiano que salva de la inanición absoluta. El hambre a la que se refería el hombre de la calle República es al derecho a comer, aunque sea una vez a la semana, un plato fuerte con todas las de la ley: un desayuno con café con leche, queso blanco y chicharrones, un almuerzo con un bistec de buey a la uruguaya y un enchilado de langostas o camarones en la cena.
Sin embargo, la comida está allí –me refiero a la no prohibida –: pululan las casillas con carne de cerdo y de carnero, diferentes viandas y hortalizas, cereales y otras. El problema se halla en el dinero para adquirirlas. Un aguacate de diez pesos equivale al salario de un hombre honrado durante toda una jornada. Y esto es sin entrar a valorar los precios de los artículos liberados de la canasta básica: jabón, pasta dental, azúcar, arroz, etc., que sustraen del bolsillo del padre de familia hasta el último centavo de sus ahorros y que los está llevando al patatús económico.
–Cuando la colonia –me dijo el hombre de la calle República luego de haber trabado conversación con él –los esclavistas tenían cepos para los rebeldes y látigos para los holgazanes, pero costeaban la ropa de sus esclavos y los alimentaban muy bien, para poder exigirles que rindieran buena faena en los campos cañeros.
Y luego me soltó el aforismo sueco:
¡Alimenta bien a tu siervo y tu vaca te dará más leche!

Pedro Armando Junco

1 comentario:

  1. Hoy es miércoles,estoy esperando tú nuevo artículo.
    Un abrazo muy fuerte.
    Luis.

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