jueves, 15 de septiembre de 2011

Los buenos y los malos

En el mundo abundan las personas malas, cargadas de odio para todos, capaces de hacer daño sin buscar un beneficio para sí, nunca preparadas para servir al prójimo, propensas siempre a lo negativo y lo funesto. Pero también en el mundo hay infinidad de personas buenas, colmadas de amor, expertas en realizar el bien sin esperar recompensa, hábiles en servir a los demás, dispuestas siempre a lo positivo y lo feliz.
No obstante, dentro de esas personas malas o buenas, existen luces y tinieblas. Escuché decir alguna vez que nadie puede ser enteramente malo, ni enteramente bueno. En ocasiones esas luces y esas sombras son reflejos virtuales que determina el ojo externo, el criterio ajeno, la figuración que nosotros mismos nos hacemos de ellas, y nos engañamos con nuestras propias hipótesis al juzgarlas, cuando vemos sombras en las luces y luces en las sombras. Por eso Gandhi aseguraba que en el mundo más de la mitad de las personas son buenas, pues de lo contrario la especie humana se habría exterminado.
Sin embargo, si nos detenemos a pensar con ecuanimidad en qué grupo vale la pena encontrarse al margen de las creencias humanistas, filosóficas y religiosas, basándonos solamente en lo pragmático y conveniente, puedo asegurar que da mejor resultado y cuesta menos, ser bueno que ser malo. Ser bueno es ser útil a los demás porque podemos servirles sin causarles daño y eso nos enriquece por dentro y nos hace sentir mejores, que es la mayor riqueza espiritual del ser humano. Ser malo requiere mucha más energía, porque al realizar una acción perversa tenemos que apelar a nuestra imaginación negativa y sacar de un foso muy profundo donde se esconden el odio y el rencor, las ideas del daño. Ser malo perjudica y menoscaba a los demás, porque los herimos y los deterioramos; si el perjudicado se convierte en nuestro enemigo, nos exponemos a recibir la revancha en cualquier momento y eso nos obliga a permanecer en guardia permanente; si olvida el hecho y no se da por enterado, nos queda la picazón de que no se cumplió el objetivo del daño y que hemos gastado nuestra energía inútilmente.
Los grandes pensadores de todos los tiempos han convergido en estos razonamientos, que para nada son productos originales de mi persona. Solo trato de difundir conceptos casi convertidos en arcanos por el tiempo, como es aquella posición socrática de que más se angustia el que ejecuta el daño que aquel que lo recibe.
De igual manera que en cada individuo, sucede en cada gobierno de la tierra. Todos los gobiernos de la tierra tienen luces y sombras, porque están creados a imagen y semejanza del hombre. Cierto es que los hay mejores o peores. Y sucede a menudo que aquellos que se encuentran inconformes con el que les ha tocado, se hacen la idea de que el otro, el extraño, el que no conocen, es mejor que el suyo, y aspiran hasta a mudarse para este. Luego de dado el paso vienen la toma de conciencia, el arrepentimiento, la añoranza y la pena. Muy parecido sucede con las rupturas matrimoniales por una ilusión transitoria. Por eso es tan importante equilibrar con mesura el pro y el contra de cada determinación, tanto a la hora de repudiar al cónyuge, como en el momento de abandonar a la patria.
Todos somos ciudadanos del mundo con nuestras luces y nuestras sombras. Las sociedades contienen en sí este calidoscopio de seres humanos diversos que, gracias a esa diferencia, enriquece el conjunto. Cuando las sociedades autocráticas castran –o intentan castrar, porque de hecho es imposible llevar a cabo tan diabólica idea –la heterogeneidad de pensamientos y criterios de las masas pensantes, cuando no permiten abrirse como en capullo de rosa la frescura y el perfume individual de su ciudadanía, cuando se ciegan a la luz positiva y se ensordecen a las críticas de sus errores y a los consejos prudentes y sustanciosos de aquellos que piensan para el bien, cuando se enquistan en leyes y decretos anacrónicos y absurdos que hacen infuncional el desarrollo de sus pueblos –que es cuando se puede catalogar a esas sociedades como víctimas de un mal gobierno –, es entonces el momento en que los que piensan para el bien, deben tomar una posición de vanguardia.

Pedro Armando Junco

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