jueves, 29 de septiembre de 2011

El mejor gobierno es el que menos gobierna

Leyendo un best seller encontré este diálogo que me pareció muy interesante y propicio para colocar aquí:

–Dígame una cosa: en su opinión, ¿qué hace que una persona o un país sean ricos?
–Pues… el dinero, supongo. Quién tiene dinero es rico.
–Parece lógico –asintió el portugués –. Pero hace unos años se publicó en Portugal el libro de un profesor de Harvard, titulado la riqueza y la pobreza de las naciones, que definía la riqueza de un modo diferente. Por ejemplo, ¿será Arabia Saudí un país rico? Basándonos en su definición, sí, porque tiene mucho dinero. Pero, cuando los saudíes necesitan construir un puente, ¿qué hacen? Llaman a unos ingenieros alemanes. Cuando quieren comprar un coche, ¿a dónde se dirigen? A Detroi, en Estados Unidos. Cuando pretenden usar un móvil, van a comprarlo en Finlandia. Y así sucesivamente. –Hizo un gesto en dirección al rabino, interpelándolo –. Ahora, dígame: ¿qué ocurrirá el día en que se acabe el petróleo?

Más claro, ni el agua. La riqueza de un pueblo no se halla solamente en sus recursos naturales. También lo está en la capacidad de sus pobladores para crearla. Cuba posee las dos prerrogativas: es rica en suelos para cultivar, en estaciones climáticas facilitadoras de una variedad y cantidad de cosechas anuales como pocos lugares en el mundo; posee sitios privilegiados, listos por naturaleza para explotarlos sin perjudicar al medio ambiente –sus playas y sus cayos –, capaces de atraer al turismo más quisquilloso. Cuba pudiera ser el Paraíso descrito en el Pentateuco. Sus hombres y sus mujeres, híbridos de europeos, asiáticos y africanos han fraguado una raza fuerte y de gran talento, lista siempre para superar las peores adversidades, y lo ha demostrado en el largo período especial que ha excedido ya las dos décadas de carencias.
Escuchamos reiteradamente que Cuba posee “material humano disponible” de alta calificación. De hecho, solo en Venezuela, decenas de miles de cubanos prestan servicios en medicina, educación y otras ramas técnicas de alto nivel; y así en innumerables países de otros continentes. Este material humano constituye la riqueza fundamental de un pueblo al que su gobierno le ha venido escolarizando durante medio siglo sus nuevas generaciones y llevando sus jóvenes hasta los más altos índices técnicos y científicos.
Pero viene ahora el gran cuestionamiento: ¿por qué Cuba vive en un ámbito de pobreza permanente, sobre todo a la hora de cada cubano sentarse a la mesa?
Pienso que las razones son muchas, sobre todo cuando se concatenan y se funden, conformando la simbiosis macabra que nos aplasta. La primaria pudiera ser la errónea política de un Sistema obsesionado con que ningún cubano se haga rico. Ya he dicho antes en otro posted que Martí creía que “para hacer sólido al pueblo, hacerlo rico”… y que no me vengan ahora insensatos leguleyos a convencer de que esa riqueza martiana es metafórica, porque en el contexto total de la frase, el Apóstol se expresa en sentido directo: “Para hacer sólido al pueblo, hacerlo rico. Para hacerlo respetado de los invasores, hacerlo militar. Para hacerlo fuerte, hacerlo inteligente.
(Tampoco tengo la obligación de aceptar al ciento por ciento este aforismo martiano con respecto al militarismo, a pesar de que haya sido siempre su ideología uno de mis cimientos conceptuales más profundos. En algunas opiniones estoy en desacuerdo con él, sin dejar por eso de admirarlo, defenderlo y quererlo profundamente. Pienso que esto es parte de mi libertad y mi individualidad, y precisamente él promovía en su discurso y deseaba del modo más profundo, que todos los cubanos pensáramos con cabeza propia.)
Y volviendo al tema que nos ocupa:
Ese miedo a regresar al capitalismo es tan absurdo que puede lanzarnos en un futuro no muy lejano a los brazos temidos. Si a estas alturas ya el mundo está convencido de que el marxismo es infuncional en la práctica –al menos hasta dentro de quinientos o mil años, cuando todos los hombres hayan adquirido una conciencia de autómatas –solo nos queda pensar en un socialismo lo más justiciero posible que se circunscriba a los nuevos retos políticos y sociales del siglo XXI, donde el papel del Estado se limite a velar porque aquel que ha conformado riqueza no abuse ni explote al que no la ha podido conquistar. Solo así el Socialismo del siglo XXI podrá crecer, desarrollarse y gozar de aprobación por la mayoría de los pueblos. Solo un socialismo con plena democracia podrá perdurar a lo largo de los próximos decenios.
La segunda razón está enraizada en el abarcamiento total de toda la infraestructura productiva de la nación y el pésimo manejo de que ha sido víctima a lo largo de más de cincuenta años. En lo agrícola, la confiscación de todas las haciendas mayores de cinco caballerías trajo por consecuencia inmediata colocar administradores ineptos que ignoraban los tesoros que ponían en sus manos, y menos aún qué hacer con ellos. La consecuencia a largo plazo ha sido que Cuba es hoy, en un 74 por ciento, un inmenso bosque de marabú y otras malas yerbas. Tampoco escapó al apetito voraz del Estado hasta el último establecimiento particular y de servicio; no quedó bodega, por pequeña que fuese, ni comercio nacional que escapara a la confiscación; a partir de allí los negocios pasaron a ser estatales, y en la mayoría de los casos, mal administrados. Los nuevos administradores, unos por incompetentes y otros por pícaros, echaron a bolina aquella riqueza nacional privada que llevó siglos en conformarse. No nació el marabú en sus terrenos, pero se fueron derrumbando las edificaciones. El objetivo de la más alta dirigencia del país era conformar una población de proletarios donde todos –hombres y mujeres –pasaran a ser obreros estatales libres de la explotación del hombre por el hombre. Fue acaso el sueño más humanista de la Revolución salvar al obrero de la explotación del hombre por el hombre. Hasta Jruschov llegó a decir que “ibamos a pasos agigantados”. Y cuando surgió con fuerza terrible la plaga burocrática, imprescindible para manejar miles y miles de negocios estatales, el proletario antes explotado por el capitalismo, pasó a ser explotado por el Gobierno. Fue este último quien determinó salarios, sindicatos, organizaciones “no gubernamentales”, y tantas y tantas instituciones improductivas y costosas que devaluaron el poder adquisitivo de la ciudadanía.
Y nuevamente surgieron las “clases”. La clase del cubano de a pie y la clase del cubano dirigente. El primero, no importa su elevado temple intelectual y científico, transita las calles para asistir a su trabajo en bicicleta o en ómnibus atestados; el otro sale del aire acondicionado de su casa en carro, cuando su chofer llega a buscarlo; con solo mover un dedo solventa todas las necesidades personales y de su familia. Para aquel son pocas las veinticuatro horas del día si quiere llevar a su hogar lo mínimo necesario para comer.
Para uno son las mejores playas del país con precios diferenciados, para el otro el mísero campismo popular que disfrutaban nuestros aborígenes sin necesidad de pagar tan caro el alojamiento.
La tercera cuestión, y no por ello menos importante, es el temor a decir “que nos equivocamos”. Es el miedo a reconocer garrafales errores que empañarán para la historia de este proceso los méritos y conquistas alcanzados. La valiente postura de Juan Pablo II al pedir perdón a Dios y a la humanidad por los desmanes de aquellos que hace siglos se autodenominaron cristianos, y en nombre de aquel Santo de Dios quemaban vivas a sus víctimas por cualquier menudencia, ha surtido en la Iglesia una fortaleza inconmensurable. ¿Quién es hoy para el mundo actual Tomás de Torquemada? Hay que adentrarse en la historia y ser muy crédulo de ella, para aceptar en nuestra inteligencia que existió hace solamente quinientos años, un inquisidor capaz de llevar vivos a la hoguera miles de víctimas. Pero Juan Pablo II tuvo el valor de responder por esos horrores y reconocer las barbaries cometidas. Entonces, ¿por qué la dirección del país, valiente y concienzudamente, no acaba de llenarse los pulmones de valor y pedir disculpas a un pueblo que está ahogado por la miseria y que solo espera la reestructuración económica verdadera, salvando siempre las conquistas del socialismo?

Sé de antemano que los extremistas de izquierda me colocarán epítetos poco halagüeños. Porque para esos intolerantes no existen más que dos posiciones políticas: los fundamentalistas de derecha y los fundamentalistas de izquierda. Su miopía no les permite distinguir que personas e instituciones como la iglesia católica, por citar solo una, sin manifestarse “revolucionaria”, discute y apoya junto al Gobierno proyectos humanistas y sensatos, beneficiosos al país. Esos incondicionales no dan cabida a la idea de que todo hombre tiene derecho a expresar su criterio con entera libertad por cualquier medio de expresión, como reza en la Declaración Universal de los Derechos Humanos, de la cual el gobierno de Cuba es signatario. Porque si el gobierno de Cuba, tal como hemos escuchado reiteradamente por los medios oficialistas, defiende solamente algunos derechos de los treinta que contiene la Carta, cabe preguntar: ¿y cuáles son los Derechos Humanos que no defiende?
Es muy importante reconocer lo anteriormente expuesto, tanto por los fanáticos de izquierda como por los fanáticos de derecha. Estos que sueñan con el sabotaje, con la guerra civil, con la invasión extranjera, con la destrucción y la venganza, también salen por completo de los cambios profundos a que aspiramos. Cuando el Apóstol dijo: “Con todos y para el bien de todos” nunca quiso decir: “con algunos y para el mal de muchos”. Cuando leí por primera vez la proposición martiana respecto a los que asesinaron a los ocho estudiantes de medicina y, en vez de venganza contra ellos solo aspiraba a que vinieran a quitarse el sombrero frente a la tumba de sus víctimas, me di cuenta de que nuestro Apóstol estaba a la altura de los más grandes humanistas de todos los tiempos y que solamente ese es el camino correcto.
Lo primero –y ya lo ha dicho el actual Presidente de la República –es permitir que el pueblo exprese todo lo que tenga que decir, aunque “no nos guste lo que se diga”. Algunos recelan de la frase y hasta me alertan: “pueden visitarte, pueden advertirte, pueden encerrarte”. Si eso sucediera, están faltando a lo que dictó el Presidente de la República, y el Presidente de la República nunca habló en falso.
Y es muy importante –por más peligroso que se crea –que la gente se exprese por los medios masivos sin miedo alguno, sin autocensura. Porque, igual a que, dentro de toneladas de tierra estéril se halla escondido el mineral precioso, así hallaremos en la población de a pie –esa gente sencilla y difícil –ideas prolíficas y dichosas, ofreciendo luz para alcanzar el camino del éxito social, que es el más importante de todos.
El desbarajuste económico que durante medio siglo ha venido socavando toda la infraestructura de la nación en la agricultura, las comunicaciones, la inmobiliaria y otros, se debe también a esa densidad burocrática que ha creado el Sistema para mantenerse, constituyendo un todo las causas principales de la migración cubana, que es, a fin de cuentas, en el futuro mediato, la fatalidad mayor del pueblo cubano. Y esa migración puede ser, a la postre, quien determine si continuaremos siendo independientes o pasaremos a constituir parte del país que se haga cargo de las tierras perdidas y las ciudades derrumbadas. Los jóvenes de hoy, gracias a los adelantos informativos del siglo XXI, no viven de espaldas al nivel de vida y aspiraciones en la ciudadanía de otras naciones, incluyendo nuestros países hermanos; y no se conforman con haber alcanzado una carrera universitaria de altos quilates para desgastar su existencia en bicicleta o apiñado en ómnibus, en la rutina de asistir a un trabajo que raramente supera los veinte dólares mensuales. Si se le ha dado ojos al ciego, ahora no se pretenda que los mantenga cerrados, sin mirar hacia fuera.
Ya di por sentado que la centralización desmedida de los años sesenta dio al traste con todos los pequeños negocios que hacían funcionar el mecanismo de los servicios que hoy se pretenden recuperar sin medios básicos de ningún tipo y maniatados por decretos obsoletos e incapaces de permitir el desarrollo individual de la ciudadanía. Cuando se proyectaron las casi doscientas modalidades de las nuevas patentes para particulares, no hubo escrúpulos en decir que todo estaba arreglado para que nadie se hiciese rico en Cuba. ¿Y es así como se pretende hacer que los cubanos carentes de empleo contribuyan y trabajen, sin aspiraciones a crecer cada día aunque sea un poquito? Nadie sin aspiraciones, trabaja. Por otra parte, ¿a qué se le llama rico en nuestro país? ¿Es acaso al que adquiere un carro y una buena casa como es el caso de la película Habanastation? ¿O se permite colocar en esa categoría a todo aquel que tiene un carro –aunque sea estatal –, un puesto de jefe y una serie de prebendas que no se publican por los medios masivos de difusión cuando se las entregan?
Las nuevas patentes son exclusivamente de servicios. Unos a otros nos “devoramos” el poco dinero circulante, que cada vez es menos debido a los altos gravámenes que impone el Estado. El que arregla zapatos o el carretillero que pregona viandas, no hacen más que trasladar ese poco circulante de una mano a otra mientras buena parte de él, como el grano en estera de clasificación, se filtra por el agujero que finaliza en el embudo estatal. Nadie ha pensado que el éxito estaría en facilitarle pieles y puntillas al zapatero para que fabrique zapatos y permitir al carretillero establecer un puesto de ventas según sus capacidades. Así, el zapatero remendón pudiera trabajar con ahínco para levantar una fábrica de calzados que dejar como patrimonio familiar a sus descendientes. El vendedor de viandas aspirará a convertir su carretilla en establecimiento fijo y hasta soñará con fundar una bodega mixta, provista de disímiles mercancías.
Inclusive, la cacareada entrega de terrenos a particulares está sometida a reglas insalvables, fabricadas acaso por un especialista en otro campo, un hombre de buró quizás muy “estudiado”, pero ignorante por completo de lo que cuesta hacer producir buenas cosechas a la tierra bajo el ardiente sol de nuestras canículas. Esa tecnología de buró que obvia el sudor de nuestros agricultores, es infinitamente menos eficaz que los sistemas empíricos del viejo campesinado. Hasta Lenin alertó alguna vez que “la práctica es el criterio de la verdad”. ¿Cómo aspirar a que el campesinado particular, que ahora se desea restablecer en forma de minifundio, pueda incentivarse ante la prohibición a disponer de las más preciadas de sus producciones como son la carne de res, el queso y la leche por una parte y continúe maniatado al monopolio estatal que establece y regula desde los precios de venta hasta los más minuciosos detalles por la otra? ¿Cómo se puede incentivar la agricultura en los obreros con salarios estatales que no responden, ni por asomo, a sus necesidades perentorias de primer orden? Y así sucede con los trabajadores del mar y con todos aquellos que, en realidad, son productivos.
Sé que alguien me dirá: “¡Pero eso es capitalismo!” Y me atrevo a responder: ¿Y no es capitalismo la entrada de fortunas extranjeras personales para explotar el turismo en hoteles y otras empresas mixtas? Porque esos negocios se hacen con ricos empresarios privados de otros países, esos capitalistas multimillonarios que tanto rechazamos. ¿Acaso es que los únicos sin derecho a hacerse ricos son los cubanos de la Isla? Puedo agregar, inclusive, que se gestiona por determinados canales muy particulares y al margen del bloqueo, que empresarios cubanos del exilio, antaño expropiados de sus riquezas en Cuba, regresen y pongan a funcionar sus capitales en empresas mixtas en sociedad con el gobierno de Cuba. Puede hasta parecer paradójico.
Alguien diría alguna vez: “Una manera interesante de conocer la historia de un país es a través de sus decisiones equivocadas”. Entonces, ¿cuándo se va a reconocer el utópico error de confiscar hasta al más pequeño propietario con el propósito de igualar a todo el pueblo en la pobreza obrera y campesina?
El cubano de hoy, el de a pie, solamente necesita que le suelten las manos y le permitan maniobrar su economía con honradez. El Estado cubano tiene el derecho a fiscalizar el mal uso de esas prerrogativas, pero debe reconocer estas prioridades si aspira a que salgamos de la crisis. Es preciso descentralizar cada proyecto emprendedor para facilitar que el ingenio individual aparezca otra vez en la ciudadanía, libre de trabas poco encomiables y requerimientos sin fundamento progresista. Es necesario que el gobierno se aparte un poco, se mantenga al margen de la iniciativa individual y de hacerlo, que sea para alentar y apoyar cada iniciativa. Los gobiernos de los países desarrollados han llegado hasta allí porque solo se entienden de cobrar impuestos, pero no meten las narices en la gestión particular de cada individuo. Allí está el quid de la cuestión. Porque como diría un filósofo admirable: “El mejor gobierno es el que menos gobierna” .

Pedro Armando Junco

1 comentario:

  1. MUY INTERESANTE ESE ESCRITO, AQUI VEMOS EL NOTICIERO DE TELEVISION DE CUBA Y
    QUIEREN HACER CAMBIOS PARA BIEN DEL PUEBLO AHORA MISMO SE VAN A PERMITIR LA
    COMPRA VENTA DE CARROS Y ASI DEBIERA SER PARA LAS CASAS Y OTRAS MEDIDAS PARA
    MEJORAR LA VIDA DE LOS CUBANOS DE A PIE, PERO HAY MUCHOS PRIVILEGIADOS
    DIRIGENTES QUE QUIEREN SEGUIR AL ESTILO DE TANTOS AÑOS VIVIENDO A COSTILLAS DE
    LOS POBRES Y TIENEN MIEDO CAMBIAR EL REGIMEN SOCIALISTA POR OTRO CAPITALISTA,
    PERO ALGUN DIA AHORCARAN BLANCOS Y VENDRAN TIEMPOS MEJORES Y EL DICHO DE NO HAY
    MAL QUE DURE CIEN AÑOS Y CUERPO QUE LO RESISTA. MUCHOS SALUDOS Y CARIÑOS
    DE. DELIO MODESTO VALDES NEYRA
    Si de noche lloras por el sol, las lágrimas no te dejarán ver las
    estrellas.

    Meneses y Mildred

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