miércoles, 12 de octubre de 2011

Bruno

En Cuba existe plena libertad de expresión. En Cuba ya no existen presos políticos, aunque esta afirmación deja bien claro que los hubo; pero hoy no los hay gracias a la buena voluntad de nuestro Presidente, a la intervención mediadora de la iglesia católica y al indiscutible valor de un villaclareño que se jugó la vida por sacarlos en libertad.
Sin embargo, no es a eso a lo que deseo referirme hoy. Tiempo nos queda para el debate. Hoy me urge hacer un simple comentario sobre nuestro canciller Bruno Rodríguez Parrilla y su reciente discurso en las Naciones Unidas. Y en tema tan peliagudo me veo en la necesidad de utilizar como preámbulo el derecho que me otorga el Estado en que vivo para declarar con entera libertad todo cuanto quiera decir.
Si algo me disgustó un poco fue la culminación de su alegato utilizando una frase martiana que ya no la tomó de nuestro Apóstol, sino de las repeticiones que de ella ha hecho nuestro Presidente, televisadas en reiteradas oportunidades. Es, para quienes no vieron el discurso, aquel encendido enunciado de la serpiente que nace del huevo de águila, que Martí fabricara seguramente en uno de sus pocos momentos furibundos.
Pero Bruno es un joven carismático. Su modestia, y esa precaución de marginalidad cuando aparece en cámara, lo diferencian mucho de sus antecesores: no es el Robertico Robaina que camuflajeaba su incapacidad para el cargo y su afán de lucro con una máscara de revolucionario a toda prueba; tampoco el atronador Pérez Roque que parecía comerse los micrófonos y una vez hasta se atrevió a proponer que renunciáramos a nuestra bandera para anexarnos a Venezuela. Nada de eso queda en nuestro actual canciller, a pesar de su peinado teutón de siete décadas atrás.
En su discurso, Bruno abordó diferentes tópicos: el palestino, por ejemplo. Cuando todo el mundo está de acuerdo con algo, no es difícil adherirse a la tesis; así que se solidarizó con el proyecto de incorporación de Palestina a la ONU como estado independiente. No sé para qué queremos permanecer en la ONU y agregar más viandas al potaje, si nuestro mejor comentarista político, Oliver Zamora Oria, cada vez que se refiere a esa organización afirma que es algo antidemocrático y fétido donde se fraguan las operaciones militares más abominables.
Y sí, hay mucho de razón en eso si suprimimos algunos calificativos. Sobre todo ahora que las Naciones Unidas –al parecer –se han propuesto ir desmantelando las tiranías del Medio Oriente y, como habrá de esperarse, las que van quedando agonizantes y aisladas en el resto del mundo. Porque si algo hay de cierto es que este siglo XXI –y quiero decirlo en buen cubano –viene “acabando”.
El conflicto palestino-israelí lo crearon las Naciones Unidas el día que se les ocurrió trasplantar de facto, en tierra ajena, un pueblo que llevaba veinte siglos disperso por el mundo. Luego de tantos años fuera de allí, ¿acaso tenía derecho el pueblo hebreo a reclamar esos territorios? Si vamos hasta la historia bíblica de Israel, ellos echaron de allí por la fuerza, hace más de tres mil años, a los antiguos habitantes de esa comarca. Esa vez la conquistaron porque –según Moisés –Yahvé le había “prometido” esa tierra. Luego fueron expulsados de allí y, veinte siglos después, cuando aquellos territorios estaban sembrados de familias que llevaban allí decenas de generaciones, ¿por qué amputar de una nación establecida sus mejores territorios? Bien pudieron Los Estados Unidos –ya que gran parte de sus habitantes más ricos también pertenecen a esa etnia –haber donado una mínima parte de su territorio y haber colocado dentro de sí a un pueblo arrasado por la ferocidad nazi. Cualquier sitio es bueno para quien ninguno posee; así que pudieron situarlo hasta los límites estadounidenses del estado de Washington, o cederle un simple pedazo de tierra de las que arrebataron a México. Pero no, el asunto era crear un conflicto que desde lejos se veía venir.
La historia reciente todos la conocemos: muertos y más muertos de una y otra parte. Israel con su poderío militar; Palestina con sus organizaciones terroristas. Si colocar en la ONU a Palestina es el avance de un peón de esa parte en el macabro tablero de ajedrez de este conflicto, no creo que contenga la solución del problema, sino, todo lo contrario, su agudización. Israel se endurecerá más y habrá más muertos.
Einstein que, como sabio al fin, soslayó la propuesta a la presidencia del nuevo estado de Israel cuando lo crearon como nación, hizo un llamado a la cordura y a la fraternal convivencia entre ambos pueblos. Muy bien pudieron haber hecho como nosotros, los cubanos, que conformamos un ajiaco de europeos, asiáticos y africanos. Sin embargo, la diferencia estriba en que la nacionalidad cubana –parecido a como ocurrió con la estadounidense –fue creada con elementos migratorios que, ante la necesidad de sobrevivir, se mezclaron con extrema facilidad. No así, los pueblos palestinos e israelíes, ya estaban habituados al capricho de costumbres, religiones, lineamientos sociales, políticos y culturales, tan diferentes los unos de los otros. Este injerto fue un choque de trenes. Y aún hoy no aparece una solución al conflicto. Mientras más leña se eche al fuego, mayor volumen tomará la hoguera de las víctimas.
Sin embargo, aunque parezca chistoso, la única solución que vislumbro al problema estaría en el entrecruce de sus poblaciones: hacer a cada varón israelí que tome por esposa una jovencita palestina y a cada varón palestino una muchacha israelí. Así hicimos en Cuba –voluntariamente, por supuesto –y hemos sacado unas mulatas achinadas que son la envidia de esos turistas de países desarrollados que nos visitan y se las están llevando por millares como mercancía de primera clase.
Si en las asambleas de las Naciones Unidas se han practicado escenas sumamente cómicas –cierta vez un líder mundial se quitó un calzado y comenzó a dar zapatazos en la mesa en señal de protesta; a otro líder le dio por cantar en medio de su discurso; y así las ridiculeces más atrevidas –, ¿por qué no proponer este criterio mío de entremezclar israelíes y palestinos? Así, dentro de algunos años, ¡plash!, como por arte de magia, aseguro, terminará el conflicto.

Pedro Armando Junco

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