viernes, 11 de noviembre de 2011

Episcopaleros


Mis compañeros de colegio son todavía una fiesta. Una pequeña directiva de la agrupación, desde final de octubre, se reúne para organizar el festejo de fin de año; y yo pertenezco a ese “grupúsculo”. Es costumbre, desde hace más de una década, cuando las reuniones organizativas se hacen perentorias, alternar los sitios de encuentro en la residencia particular de algún miembro del equipo. Teníamos cita para el día seis de noviembre y yo objeté la fecha y propuse pasarla por alto por ser domingo y día de mi cumpleaños. Pero todos se opusieron: Benjamín, en cuya casa estábamos reunidos en ese momento, apuntó que un simple cumpleaños no es motivo para suspender un encuentro donde se van a definir cuestiones que atañen a cerca de un centenar de personas. Oriol, con su emblemática flema, apoyó el criterio anterior y Georgina pidió que el día seis de noviembre la reunión se efectuara en su casa. Luis, Rosendo, Gróver y José Benito concedieron de inmediato la aprobación.

Fue precisamente al comenzar el milenio cuando nos reuníamos por primera vez en la Iglesia Episcopal de San Pablo, con sede en la Avenida de los Mártires, en el reparto La Vigia. Ese día José Benito González habló desde el púlpito y nos emocionó con sus palabras. Los allí presentes, casi todos de la “tercera edad”, habíamos sido notificados con anticipación de que “el Maestro” nos quería ver reunidos otra vez como en los años anteriores a 1961. Precisamente en el año 1961 el Colegio fue reasumido por el estado revolucionario con su política de nacionalización de la enseñanza.
Y ese día del año 2000, en la misma iglesia que visitábamos a diario en nuestra niñez, con alegría general y democrática aprobación, conformamos un equipo organizador de ex alumnos. De allí surgió como acuerdo congregarnos en diciembre en el solar de José Benito, y desde entonces, durante once años consecutivos, hemos venido asistiendo cerca de un centenar de alumnos veteranos del que fuera uno de los colegios más prestigiosos y pulcros de Camagüey.


El director de este colegio, Paul Alexander Tate, más conocido por Mr Tate (y en buen cubano Mistertey), era cónsul norteamericano en la provincia, y por lo tanto muy mal visto por el vuelco revolucionario enemigo de la vecina nación norteña. Mr Tate se marchó del país, y luego le han seguido sus pasos gran cantidad de antiguos alumnos de su colegio. Se marcharon estudiantes y profesores; y hoy, desde cualquier parte del mundo, donde menos se espera, aparece alguien que manda a decir:
–¡Yo también fui alumno del Colegio Episcopal de San Pablo!
Pero muchos permanecemos todavía en suelo patrio. Y cuando nos reunimos en diciembre y corremos la mirada por el grupo, nos percatamos de inmediato qué clase de hombres y mujeres conformó el Episcopal de San Pablo: médicos, abogados, estomatólogos, escritores, ingenieros, locutores, informáticos, profesores, técnicos en disímiles especialidades, obreros todos, útiles a la sociedad y al país. No tenemos noticia de algún preso por delincuencia, ni desfalco, ni asesinato, ni crimen alguno.

Y el día seis de noviembre fue la sorpresa: me habían preparado una celebración de cumpleaños con pastel y velita, con felicidades en español y en inglés, con regalitos y versos. Pero lo más hermoso de aquella sorpresa, fue la muestra más sincera de cariño que a todos nos envuelve a pesar de nuestra individualidad, como dice el maestro José Benito a pesar de sus 87 años:
–Lo que más me gusta de ustedes es que todos son diferentes y siempre están juntos a la hora de ejecutar un proyecto.
Claro que el equipo ha sufrido pérdidas: Andrés Laís se marchó del país en busca de sus hijos. Olguita, la esposa del maestro, falleció. Caridad Pesquero, gran baluarte organizativo de los eventos, también murió recientemente. Nuestro grupo está lastrado por la cuenta regresiva. Pero nos hemos propuesto mantenernos a despecho de nuestro peor enemigo: el tiempo.


Como necesitábamos un nombre, la esposa de Luis, que tiene chispa, al referirse a todo el conjunto, nos bautizó un poco peyorativamente como episcopaleros; y desde entonces, entre risas y sarcasmos, así nos reconocemos en común:
–¡Yo soy episcopalero!

Pedro Armando Junco

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