martes, 11 de diciembre de 2012

Mis preferencias televisivas

La televisión en Cuba adolece de lo mismo que en cualquier lugar del mundo. Lo que en otros países fastidian los comerciales, en el nuestro lo equiparan difusiones gastadas. Solamente el último canal lanzado al aire ofrece documentales que ameritan ser vistos en su totalidad.
Al noticiero, en vez de verlo desde las ocho de la noche, espero diez minutos, hasta que hayan pasado por la pantalla los “éxitos” de la gestión estatal y las visitas recibidas por la más alta dirigencia del país. Si me es posible evado contemplar “la sequía en el confín del mundo cuando nos convertimos en desierto”[1].Luego me actualizo con el pronóstico del tiempo, sobre todo en época de ciclones.
En la programación habitual mis preferencias son muy escuetas: programas como De la gran escena, Pasaje a lo desconocido, y los espacios humorísticos de los lunes y los miércoles –Vivir del cuento y Deja que yo te cuente, respectivamente –acaparan mi atención igual que la de millones de cubanos; los primeros por su alta cultura y conocimiento, los últimos porque en ellos es donde los intelectuales que los escriben, pueden lanzar críticas profundas al desacertado manejo de la sociedad sin que Alguien les prohíba su salida al aire. En los primeros aspiramos el soplo de la cultura y la ciencia universales; en los segundos la población se identifica y disfruta la sátira que no se atreve personalmente a vociferar.
Pero, repito, trato de no perderme “Vivir del cuento” con ese Pánfilo tan agudo a la hora de retratar el diario común de todos los cubanos. Esa foto de la libreta de racionamiento colgada en la pared en representación de alguien muy querido de la familia y la actuación del vigilante de la cuadra, con guayabera estrecha y la ingenuidad de su carácter, que el pueblo ha bautizado con el apelativo “tonto útil”.
Es cierto que a veces la actuación se carga en demasía con banalidades y absurdos pero, ¿no será esto también otro objetivo más del guionista y del director del espacio para colocar sobre el tapete la idea de que vivimos en el país de los absurdos?  
El programa de los miércoles, “Deja que yo te cuente”, es todavía más completo que el anteriormente citado, pues presenta tres sketches diferentes. El primero constituye una amalgama de tiempos imposible de colocar en una época determinada, pues aparecen en él nuestros campesinos autóctonos –ya en peligro de extinción –junto a elementos actuales como el visitantes extranjero, el clásico “guarapito” vestido de verde olivo: otra vertiente del tonto útil rural que ayuda voluntariamente, siempre parcializado, obediente y sin pago alguno, a las labores de “saneamiento” social inherentes a la policía. Para completar el cuadro, recientemente Nelson Gudín incorporó al elenco el clásico personaje del administrador de la cooperativa, con el tabaco de exportación en la boca, que no suelta ni para dar sus incesantes disposiciones.  
El profesor Mentepollo se ha hecho famoso en la población por sus irónicos planteamientos. Detrás de sus “descabellados” análisis, lleva años señalando la mejor crítica social que se haya puesto en la televisión cubana en el último medio siglo. Como su nombre lo indica, derrama su mentalidad de lo absurdo con tanta agudeza y puntería que a veces, cuando “afloja la mano”, hasta pensamos que lo han “llamado a contar” en el ICRT.
Pero lo que más gusta a los cubanos es el personaje de Lindoro Incapaz, el dirigente rollizo y bien vestido, siempre con maletín de mano, el bolsillo colmado de bolígrafos y con una oficina en la que no faltan ni los “juguitos” que constantemente solicita a Maritza, su secretaria. Es a mí entender, el mejor de todos los retratos: es ese fenómeno de la nomenclatura direccional del Estado que aparece en todas partes con mayor frecuencia que los virus informáticos en las computadoras. Es ese director que todo lo ordena y nada hace. Ese administrador que se cree dueño de aquel negocio que el Estado ha puesto en sus manos y pasa por el lado a cien kilómetros por hora en su carro moderno sin dedicar siquiera una mirada a quienes son su razón de ser. Ese “incapaz” que vuelve de revés toda iniciativa propicia y no se detiene hasta destruirla o tornarla infructífera. 
Programas como Hurón azul y Sitio del arte, entre otros, pudieran ser utilizados con mayor profundidad, reclamando y permitiendo a los escritores e intelectuales que en ellos aparecen, ofrecer sus criterios para el mejor manejo y mayor aprovechamiento de la televisión nacional como cauce de instrucción y entretenimiento de la población. Pero, sobre todo, tomar en cuenta las opiniones de estas personas que verdaderamente son las más indicadas para erradicar las dificultades de estos medios de difusión.  
En el mundo de hoy la televisión es una parte muy importante del cuarto poder, porque el mensaje llega a millones de personas a un mismo tiempo, coyuntura que a la prensa escrita le es irrealizable. Sabemos que no es desconocido ese atributo por la alta dirección política y difusiva del país, y como ejemplo de ello la certeza la tuvimos hace algunas noches cuando mi esposa veía la novela brasileña –espacio muy preferido por la población, sobre todo por el sexo femenino –y a mediados de la presentación realizaron un corte arbitrario para sacar al aire algo de interés político que nada tenía que ver con el programa que salía en esos instantes. Yo me divertí muchísimo con el acaloramiento de mi esposa, pues entre ella y la televisión se planteó el más original de los debates: el aparato en permanecer hablando y cantando el mayor tiempo posible y ella soportando con rabia, pero decidida a esperar a todo trance el final del discurso para terminar de ver su apetecida novela.
Sin embargo, a pesar de la insistente mensajería de nuestros agudos humoristas, al parecer, la alta dirección del país no gusta de esos espacios –en realidad la situación económica y social cubana no está como para que la alta dirigencia se ría –, porque a pesar de que Pánfilo, Lindoro y Mentepollo insisten una y otra vez en los problemas urgentes que deben ser resueltos, muy poco se hace para resolverlos.

Pedro Armando Junco


[1] Fragmento de un poema de mi libro inédito “Noches sin luna”.

No hay comentarios:

Publicar un comentario