jueves, 28 de febrero de 2013

Por un consenso para la democracia II

…Continuación

La respetuosa polémica entre Roberto Veiga y Julio César Guanche que aparece en el suplemento de la revista Espacio Laical nos da la medida de la preocupación de la intelectualidad nacional por el futuro político, social y económico de la Isla. Es, a mi entender, algo muy parecido a lo que el padre Félix Varela hiciese, con mirada visionaria y profética hace alrededor de dos siglos. En aquella ocasión el gran presbítero criollo supo adelantarse al resto de sus conciudadanos respecto a la independencia de España y al cese de la esclavitud. En estos momentos, ante el amplio abanico de caminos que se abren delante de nosotros –muchos de ellos nada halagüeños –, hasta para aquel sacerdote ilustre sería harto difícil predecir qué será Cuba dentro de cincuenta años más. Es, por lo tanto, muy encomiable el esfuerzo de todo intelectual cubano por vislumbrar el futuro de la Patria.
A pesar de las dificultades del momento histórico presente, no importa cuáles sean las ideas propuestas, debe aplaudirse toda proposición dirigida, con limpieza y buena voluntad, al mejoramiento de nuestra nación. Así que, sin tener en cuenta los puntos de vista, repito, lo que el país necesita ahora –gracias a la posibilidad que ofrece el actual Presidente –es encontrar el camino propicio para los cambios reales que urgentemente necesitamos todos. No creo huelgue reiterar que ese camino sea de paz, de concordia, de exclusión de rencillas pasadas y, ante todo, siempre con la premisa del Apóstol: “Con todos y para el bien de todos”.
En el séptimo contenido del suplemento citado aparece el trabajo de Monseñor Carlos Manuel de Céspedes García-Menocal, alto representante de la Iglesia Católica muy conocido en toda Cuba, sobre todo en el ámbito apostólico. Así que, con lenguaje más diáfano que los anteriores participantes, sin incurrir un ápice en mediocridades ni difíciles elipsis literarias, ofrece una pormenorizada y objetiva clase de historia constitucional desde la primogénita de Guáimaro, hasta la postrera en 1976, reformada en 1992 y en el 2002.
Se ha hecho tradicional en los estudios histórico-sociales de nuestro país vituperar la constitución de 1901 por haber aceptado a la enmienda Platt. Y junto a ella se desdeñan y denigran actitudes de personalidades históricas a las que, en mi opinión, no se les hace una verdadera justicia. Por eso no tarda Monseñor en exponer con lucidez que:
La enmienda Platt fue una herida en la identidad republicana, pero probablemente resultó inevitable como “mal menor”. ¡Solo Dios sabe a estas alturas de nuestra historia cuál habría sido el destino jurídico-constitucional de Cuba si los integrantes de la Asamblea Constituyente no hubiesen aceptado la “Enmienda”! ¿Algo semejante a Puerto Rico o a lo que fueron las Islas Filipinas hasta 1950?

Así, a través de un minucioso trabajo, nos presenta en detalle las características de cada una de nuestras constituciones, con sus luces y sombras, incluyendo el criterio de que es mejor una constitución defectuosa que no tener alguna. Sin embargo, aunque parezca paradójico, mi modesto criterio se apoya en que de poco sirve una Carta Magna si, tanto gobernantes como gobernados, no la respetan. Lo primero sería una Constitución fuerte, efectiva, conocida y estudiada por cada individuo desde la escuela primaria: Ley de Leyes verdadera, venerada como algo sagrado que, luego de proclamada y confirmada por toda la ciudadanía, tenga fuerza capaz de ejecutar sus artículos por encima de todos y de todo, incluyendo al Presidente del Ejecutivo.
Tristes ejemplos de este resquicio aparecen a menudo dentro de la historia constitucional cubana, inclusive citados por monseños de Céspedes en este trabajo, cuando deja muy claro que la Constitución de 1940 vetaba el latifundio y jamás su valoración se tuvo en cuenta, puesto que la mayor parte de los legisladores de esa época eran latifundistas. La actual Constitución de la República solo permite que si diez mil electores reúnen sus firmas pueden proponer cambios de ley a la Asamblea Constitucional, pero cuando Oswaldo Payá Sardiñas consiguió hacerlo mediante el Proyecto Varela, la más alta dirección del país, con toda urgencia, "convocó" a plebiscito y eliminó el acápite. De esa manera la Constitución de una República se convierte en no más que un montón de papeles emborronados.
Lejos de toda propuesta exclusiva por parte suya, Monseñor de Céspedes aplaude los intercambios intelectuales como algo absolutamente normal y necesario en la ciudadanía, puesto que sería de ilusos creer que toda la masa poblacional de un país piense y desee y persiga un objetivo político análogo como se nos estuvo intentando hacer creer durante décadas por los medios de difusión centralizados. Para Monseñor esta diversidad de criterios es “un signo de vitalidad del cuerpo social”, porque “Lo anormal y enfermizo para una república serían la uniformidad aparente, la ausencia de diversidades, de intercambios de opiniones diversas y de diálogos políticos. La máscara sí es el enemigo de la genuina unidad nacional.”  Y párrafo más adelante señala con aplauso el discurso del 26 de julio de 2007 “en el que el presidente Raúl Castro abrió las puertas a la posibilidad de sugerir y discutir todos los cambios, incluyendo cambios estructurales y de conceptos, acerca de todo –o casi todo –en la realidad cubana.
Sin embargo, propone una discusión paulatina de las realidades que enfrentamos, ordenadas de menor incompatibilidad a mayores obstáculos políticos, porque intentar hacerlo simultáneamente conllevaría al desorden, el absurdo y el caos. Incluso, plantea no comenzar por las más importantes, sino “por cuestiones en las que resulta más fácil y posible el concenso”.
Y a partir de allí es cuando, en mi opinión, se le pone negro el ojo al canario, porque, al margen de la urgente necesidad de cambios profundos, alrededor de la máxima dirección del país, se mueven elementos que no desean, basados en su trinchera de poder, cambios estructurales y de conceptos que los dejen fuera de sus cargos privilegiados a pesar que el actual presidente Raúl Castro proscribe para toda la dirigencia, incluyendo a su persona, la permanencia en la dirección de cargos públicos de gran importancia, por más de diez años. Pudiera, incluso, suceder de manera análoga o muy parecida a lo sufrido hace casi dos siglos por el Padre Varela: el aplastamiento de los litigantes aun a sabiendas del desastroso futuro del país y la inevitable confrontación como la que, a finales del siglo XIX, hubo de fomentar José Martí a pesar de su espíritu pacifista y lleno de generosidad hasta para sus enemigos.
No por tal dificultad pienso que sea un escollo insalvable la discusión de cuestiones profundas. La necesidad de insertar a Cuba en el ámbito internacional, sobre todo en América Latina y, más aún en el grupo que hoy abarca a Venezuela, Ecuador, Nicaragua y Bolivia, donde no están exterminados el pluripartidismo, la libertad de prensa, la libre empresa y muchas otras opciones de las que carecemos por completo, es un elemento esperanzador para alcanzar tales fines. El actual Gobierno, al eliminar los permisos de salida –la llamada Carta Blanca –, ha sentado base para que pensemos que las anteriores limitaciones mencionadas puedan también resolverse.
Hay quienes proponen retrotraernos a la constitución de 1940 y reformarla. Otros proponen reformar la actual de hecho ya reformada en 1992 y 2002. Existe la propuesta de elaborar una Constitución nueva, con la compleja problemática actual, y según parece, es la propuesta mayoritaria. Es por esto, quizás, que monseñor de Céspedes, gran intelectual de linaje presidencial, orienta sobre la mejor manera de proyectar una nueva Constitución, luego de la celebración de elecciones para una Asamblea Constituyente. Pero,
¿Cómo se propondrían los eventuales candidatos a constituyentes? Aquí hay un primer problema para esta opción, porque actualmente, en Cuba, los candidatos para cualquier organismo elegible son presentados por el único partido, el Partido Comunista de Cuba. Se discuten en asambleas de barrio, pero sabemos cómo de hecho funciona esto. De ahí que, precisamente, una de las realidades para las que se postulan cambios es el sistema electoral, unido a la opción por el monopartidismo.
Y más adelante señala que “para que el monopartidismo fuese sustento de una democracia real, tendría que funcionar con unos criterios de transparencia y de libre debate de todas las cuestiones”.
Estas últimas palabras de monseñor de Céspedes llevan implícitas la idea del multipartidismo. Sin embargo, en el caso de una reforma constitucional con vista a la creación de otros partidos –que sería lo ideal –no puede olvidarse que el artículo 5 de la actual Constitución señala y reconoce únicamente al Partido Comunista de Cuba y esto sería un impedimento gubernamental inmediato que cierre el camino a una apertura real y absoluta, aun si se admite la diversidad de criterios. No obstante, pudieran surgir dentro del Único, diferentes tendencias organizativas con vista a una nueva Constitución; acaso algo parecido a como cuando la Revolución Francesa se dividió entre Jacobinos y Girondinos. Pero no me parece aconsejable debido a la trágica experiencia de los radicales franceses devorando a los más generosos. Por lo que, a mi entender, la inmovilidad política continuará siempre a pesar de aparentes espacios para otras ideas a no ser que se produzcan cambios violentos que conllevarían a todo lo contrario del trabajo pacifista que se viene desarrollando por los intelectuales independientes. Hoy podemos elucubrar ideas frescas y proposiciones diversas, que son, a fin de cuentas, el objetivo principal de este suplemento laical, pero de nada pueden servir si la parte ejecutiva del Gobierno pone oídos sordos a las propuestas basándose en la postura fósil de la Constitución presente. Habría que ver hasta qué punto aparecen oídos receptivos en la más alta nomenclatura del poder y quién le pone el cascabel al gato.
Por ahora –pues quiero dejar algo para luego –solo me resta citar el título que Lenier González Mederos coloca al primer trabajo de este comprometedor suplemento de Espacio Laical: Cuba está viva.

Pedro Armando Junco
 Citas tomadas de:
Por un consenso para la democracia. Espacio Laical Publicaciones 2012.Proyecto del Centro Cultural Padre Félix Varela de la Arquidiócesis de La Habana.

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