miércoles, 10 de abril de 2013

Cuestiones “tuscubanas”


           Deprimido hasta los talones me desperté el 2 de abril del presente año, al siguiente día de que anunciaran por el noticiero nacional de la televisión (NTV) la inauguración, por el señor Salvador Valdés Mesa –destacado miembro de la nomenclatura gubernamental –de un lujoso restaurante en la ciudad de Santa Clara. Tuve pesadillas por la noche y venían a mí, como fantasmas, las imágenes televisivas de la gala de inauguración donde hubo todo tipo de manifestaciones culturales: coros, bailes, canciones; y una elegancia estructural muy parecida a la de aquellos sitios que frecuentaban los grandes burgueses antes de 1959.
Al final del reportaje el periodista dijo muy en voz alta que ese restaurante ofrecería sus servicios en moneda libremente convertible. Lo dijo así, sin ambages, sin explicar que esa moneda es la que no se le paga al trabajador cubano. Omitió que esa es la moneda de los turistas extranjeros, la moneda a la que solo tiene acceso la alta nomenclatura estatal –que de hecho ni siquiera la necesita, pues sus consumos son liquidados por vías burocráticas –o los que reciben remesas del exterior, o los que roban a manos llenas de las mil y una maneras posibles; pero nunca el trabajador honrado, el profesional, el médico y la enfermera que nos atienden precariamente pensando de qué manera llevarán el plato fuerte a su mesa familiar a la hora de la comida, el maestro o la maestra de primaria que educa a nuestros hijos, y el profesor que lo convierte en profesional; inclusive, los trabajadores por cuenta propia que hoy atiborran a la sociedad y se devoran los unos a los otros.
Pero lo que más dañó mi espíritu esa mañana fue la certidumbre del rebaño del que nos alertó Martí[1]: la actitud de aquella manada artística que –acaso porque en esa noche de inauguración le proporcionaron un oscuro plato gratuito –, perteneciente de seguro al grupo nuestro, a los de a pie, a los que no tenemos acceso honrado a la “moneda de la virtud”, prestaron su arte para engalanar la noche inicial del establecimiento, posiblemente ideando interiormente el procedimiento a seguir al día siguiente para abandonar la Isla lo antes posible. Y encontré una razón más al porqué de la doble moral que nos denigra como seres humanos: la falta de autoestima de aquellos que se prestan a celebrar las primicias de un restaurante que muy difícilmente estará al alcance de su bolsillo, por no atreverse a decir: ¡No! ¡Conmigo no cuenten!
Me indignó, por último, la actitud cómplice de aquel periodista que, probablemente lleno de conflictos y limitaciones como la mayoría de la población cubana –a no ser un periodista de la elite –echa por tierra, a despecho de su inteligencia, el prestigio ético de su futuro profesional al obviar el detalle de este aparthei que sufre la población gracias a la doble moneda: la de uso cotidiano que representa solo el 4% del valor de la que verdaderamente sirve para entrar a un restaurante de lujo como ese.
Sé que la más común de las causas que promueven la idea del éxodo en tantas personas es que, impedidas a desarrollar particularmente sus talentos, castrada toda esperanza de crecimiento económico verdadero –sobre todo en los jóvenes –, esquinadas a la mezquina existencia de una cuota de alimentos miserable y un salario irrisorio, no perciben más elección a sus aspiraciones de progresión que marcharse de Cuba para siempre, por carecer de la honestidad necesaria para reclamar con dignidad sus derechos.
El cubano común, ese que forma parte de más del 50% de la ciudadanía, ha caído en un limbo pernicioso que solo le permite distinguir el día presente con sus avatares de supervivencia; se deja llevar por la corriente con una máscara puesta, sin importarle comprometer su conducta ciudadana y engrosar su ego, pues solo “lucha” en el estrecho presente de un día tras otro, dentro de una sociedad donde no existe un resquicio legal que le permita alcanzar la más insignificante de sus aspiraciones de crecimiento: todo está dispuesto para que nadie consiga legalmente la más mínima riqueza económica. Y es el caso de que en un país donde casi todo es ilícito y delictivo, el Estado condesciende a las ilegalidades tras bambalinas, porque bien conoce que de hacer uso irrestricto de las leyes para evitarlas, causaría la parálisis y el caos social de inmediato.
Y a partir de aquí, al pueblo cubano solo quedan cuatro senderos a escoger: o alcanza el escaño de vincularse a la nomenclatura dirigente, o se convierte en delictuoso, o se marcha de la Patria. La cuarta opción, a la que pertenece el grupo más reducido es la determinación a nunca emigrar, pero resistir contra viento y marea las injusticias sociales con la frente en alto, en clara determinación de exigir los cambios sustanciales por el derecho de pertenencia a la Patria de todos y para el bien de todos.
Supe entonces que algunos por ignorancia y muchos por temor solo encuentran salida bajando la testuz como corderos de una inmensa manada o emigrando a cualquier otro sitio del mundo, porque la dirigencia de este país no es una facultad a la que pueda aplicarse y con facilidad ser aceptado. Y concluí que solamente un milagro de Dios puede encauzar a la gran masa poblacional de la nación cubana.


Pedro Armando Junco  






[1] Hombre es quien estudia las raíces de las cosas. Lo otro es rebaño, que se pasa la vida pastando ricamente y balándole a las novias, y a la hora del viento sale perdido por la polvareda, con el sombrero de alas pulidas al cogote, y los puños galanes a los tobillos, y mueren revueltos en la tempestad.
Obras completas, tomo 2, pg. 377. 

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