Fue en una de esas tardes bucólicas, cuando coincidimos tres o cuatro campesinos pensantes en una fiestecita familiar. La conversación del cubano, no importa la impronta que la inicie, siempre viene a parar en lo mismo: “lo dura que está la situación en general” para inmediatamente caer en “lo cara y difícil que está la comida”.
La diversidad de opiniones, hasta en reuniones familiares como a la que voy a referirme, se verá lastrada todavía por el miedo, por la ignorancia, o por la condición privilegiada de alguno de los elementos que constituyen el panel de debate. Estas tres condiciones son una constante en la opinión pública cubana y no debemos olvidarlo nunca. Mientras existan cobardes, ignorantes y privilegiados, la opinión pública siempre se mantendrá parcializada hacia la posición oficial.
Y sucedió que uno del grupo, libre de estas tres predisposiciones hizo una pregunta:
–¿Qué sucedería si el Gobierno decretara en el país la invalidación penal para cualquier actividad productiva, de transportación, negociación y venta de cualquier elemento que se considere comestible o beneficioso para la ciudadanía?
La réplica oficialista no se hizo esperar, pues el talón de Aquiles de las restricciones alimentarias es el “sacrificio de ganado mayor”.
–Se acabaría el ganado en Cuba.
Sin embargo, como estábamos “en familia”, la mayoría meneó la cabeza por la duda, hasta que el más viejo del grupo acotó:
–Antes de la Revolución el que tenía su vaca podía comérsela. Hasta el más pobre, con sus ahorros, podía obtener una vaca. Y no se necesitaban tantos papeles y controles. Un hierro en la nalga del animal, y ya. Y ni esto era preciso, pues todo el mundo respetaba lo ajeno y nadie temía que vinieran una noche y la robaran. Yo no dije que impere la impunidad delictiva, sino todo lo contrario. Al que robe una vaca, o cualquier producción que el campesino honrado haya sido capaz de crear, ¡20 años de cárcel con él! Pero al que haya reproducido el rebaño, que pueda comerlo, negociarlo, hacer con él lo que le venga en ganas, porque es suyo.
Yo quedé sorprendido ante el poder de síntesis de aquel campesino entrado en años. Había resumido en unas pocas palabras nuestra carencia de libertad de propiedad y la corrupción en que el país está sumido actualmente. En aquellas palabras el hombre aludió, quizás sin pretenderlo, a la cantidad de tránsfugas y delincuentes que invaden hoy nuestros campos y ciudades: aquí el estafador, el carterista, el asaltante, el ladrón de bicicletas, el violador de domicilio, etc. Allá, en las otrora fértiles tierras ganaderas, el matador de ganado que se juega largos años de cárcel y no tiene escrúpulos a la hora de perpetrar su delito en asestar el golpe al animal menos indicado.
Pero la discusión no se detuvo allí. El campesino octogenario continuó la réplica:
–Para mí es una falta de respeto a la inteligencia ciudadana la forma en que las altas esferas del poder nos tiene en cuenta. Es como si para quienes gobiernan el pueblo fuera una partida de retrasados mentales, rebaño impensante, incapaz de razonar los puntos de vista más elementales. ¿Pueden ser creíbles unas “elecciones” donde el individuo no tenga facultad para escoger en directo sus dirigentes ni para el más insignificante cargo municipal en el Gobierno? ¿Cómo puede hacérsele creer a un hombre o una mujer en plena facultad mental que esa amplia gama de embutidos que se le brinda a la población es carne? Porque, ¿quién se come la carne de la reses que solo llegan a la venta de la población las patas, los riñones y la panza? ¿En qué país del mundo civilizado puede duplicarse el precio a los productos de primera necesidad –incluyendo la tarifa eléctrica –sin elevar equitativamente los salarios y no esperar una huelga inmediata?
La conversación se fue poniendo cada vez más candente. Al parecer, al defensor de los postulados gubernamentales no le gustó el punto de vista del viejo cascarrabias; enrojeció como un tomate y se marchó del grupo. Solo la seguridad que el actual Presidente del país ha dado en permitir que hablemos con total libertad, aunque no guste lo que se diga, ofreció un marco de seguridad en el grupo. Es cierto que anteriormente teníamos que tragarnos estas verdades evidentes, pero los tiempos cambian a despecho de aquellos que pretendieron también momificar al tiempo.
Y así me percaté de que la sagrada ley de la propiedad privada todavía echa raíces en la mentalidad de los cubanos; que aquella anacrónica teoría de que íbamos a ser un pueblo en el que solo sería propiedad particular de una persona el cepillo de dientes, ha fenecido junto a los falsos preceptos de que todo el pueblo es capaz de pensar de la misma manera, defender hasta la muerte los mismos postulados y creer axiomáticamente lo que desde la escuela primaria se le enseña.
Se habló también de la prohibición de los subproductos ganaderos: la leche y el queso. Y se aludió a los productos del mar: sus apetitosos mariscos y peces mayores. Alguien aseguró que la ansiedad del cubano por comer langostas y camarones tiene su génesis en la prohibición a consumirlos.
–La cosas, mientras más caras y difíciles, más llaman la atención a la gente. Cuando no se persiga al pescador privado que sufre las vicisitudes del mar para extraerle una riqueza que nada tiene que ver con el Estado, más se multiplicarán los botes en la plataforma marina y decrecerá el ansia de preferir langostas o camarones a un delicioso pargo o una jugosa cubera. ¿Por qué a las pescaderías de la ciudad solo llegan pescados de agua dulce si Cuba está rodeada de mar por miles de kilómetros?
Hasta hubo quien aseguró, categóricamente, que abrir completamente la producción y comercialización de alimentos, acabaría el hambre en Cuba: ¡el mayor flagelo del pueblo cubano en estos momentos! Que todo negocio productivo iría tomando su lugar en la economía, y que, sin control estatal, el trabajador reclamaría el verdadero valor de su producción y se vería impelido a incrementar su rendimiento por un mejor nivel de vida. El día que el trabajador se sienta seguro y pueda tener la aspiración más ambiciosa, trabajará más y producirá más, porque el ser humano necesita estímulos, motivaciones, para seguir adelante.
Hasta un chistoso agregó:
–Los puntos de control policiales en las carreteras secundarias podrían cerrarse y licenciar a miles de uniformados que ganan altas mensualidades para confiscar en esos puntos a la entrada de la ciudad, los alimentos que la gente rastrea por la campiña cubana; con ese excedente laboral podría otorgársele a cada policía licenciado una finca, para enriquecerla con el mismo celo con que confisca a la ciudadanía las jabitas que trae con un poco de leche, un queso o un marisco y para enriquecerse con su trabajo honesto. Le cambiaríamos la pistola por un machete y su salario se le multiplicaría con una producción ilimitada y libre de la persecución que él ejercía con los ciudadanos.
Todos reímos el chiste, aunque alguien acotó que dejáramos en tranquilidad a los policías, porque jugar con fuego es peligroso. Y a partir de allí escuché intervenciones muy interesantes.
Llovieron las críticas. Aunque a veces caíamos en repeticiones perniciosas, me dio por pensar que la verdadera sabiduría está en el pueblo. Que el motivo mayor de los fracasos gubernamentales estriba en que las ideas solamente han salido de un solo hombre, o cuando más de un grupo muy reducido de asistentes burócratas a los que el pueblo –razón de ser del Gobierno –les importa un bledo.
El colofón lo puso un ama de casa: la reciente subida de precio del jabón de baño de 5 pesos a 11 pesos y la libra de espaguetis de 10 pesos, ahora a 15 pesos.
–Y los salarios, ¿que? –dijo indignada.
Si Tetis hubiese sostenido a Aquiles por sus dos talones a la hora de sumergirlo en la Laguna Estigia , este sería el otro talón de la economía ciudadana: la no correspondencia de salarios y productos estatales de primerísima necesidad. El distanciamiento que existe entre el pueblo y ese llamado “comité de finanzas y precios” que dispone siempre a favor del Estado y contra el bolsillo del pueblo. En el orden de los servicios, el control para la rebaja de precios a los productos particulares debería estar supeditado a la abundancia y a la competencia –tantas veces vilipendiada en las mentalidades oficialistas –; y en el orden estatal, a un mínimo aumento a su precio de costo. .
Yo les prometí escribir esta crónica. Sé de antemano que ninguno de ellos podrá leerla por carecer de acceso a Internet. Uno del grupo señaló que hasta en eso está presente la segregación y el desprecio.
Eran campesinos. Todos éramos campesinos. Nadie vaya a creer que el campesino cubano no piensa, porque se equivoca por completo.
Pedro Armando Junco
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