martes, 28 de mayo de 2013

Si de Camagüey se trata

Cuando me senté a escribir esta crónica sentí el peso del abanico de vertientes que pueden converger en este mismo tratado; nada fácil de hilvanar en solo dos o tres cuartillas. Pero la necesidad de brindar una panorámica real y actualizada de esta localidad a los que siguen mi blog porque sufren la añoranza del terruño natal, o sencillamente porque, sin haberla visitado nunca, se interesan por conocer las más sencillas nimiedades de la amable Ciudad de los Tinajones, me obligo a tomar este escabroso sendero. Por eso, para quienes deseen conocer a Camagüey un poco más de cerca, de su geografía, su gente y el estado actual de su infraestructura, voy a escribir el siguiente comentario.
Ciudad Camagüey, situada en el centro de la provincia de su mismo nombre, en la parte centro-oriental de la isla de Cuba, ocupa un área de 79 kilómetros cuadrados y su altitud es de apenas 110 metros sobre el nivel del mar aunque dista más de 70 kilómetros de ambas costas; quiere esto decir que Camagüey es una llanura inmensa en el centro de nuestra paradisíaca Provincia.
En Camagüey hasta los ríos se deslizan apacibles, porque no existen elevaciones montañosas de gran envergadura. Nadie teme a volcanes; y pocas veces se ha sentido en la región alguna pequeña convulsión telúrica. Su temperatura raramente supera los 33 grados Celsius en el período de mayor estío, y solo excepcionalmente baja a más de 18 grados en la época de invierno.
Sus 309 mil 174 moradores –según la Dirección Municipal de Estadísticas en el 2008 –alcanzan una densidad poblacional de 3 mil 913 habitantes por cada kilómetro cuadrado. Y dentro de este compacto mar de sujetos heterogéneos respira una ciudadanía ávida de progreso y esperanzada en mejorías urgentes.
La ciudad de Camagüey está rodeada por una carretera de alrededor de 30 kilómetros de circunferencia, conocida como Circunvalación, aunque algunos de sus principales repartos –La Yaba, El Lenin, Tagarro, Santayana y muchos otros –escapan del círculo que la rodea y cada vez más se expande hacia fuera del arco.
No hablaré hoy de nuestros más ilustres personajes: omitiré elogios superfluos para Ignacio Agramante Loynaz el inmaculado de los héroes patrios; para Carlos Juan Finlay el mayor de los científicos del país y Pasteur de América; para Gertrudis Gómez de Avellaneda la más excelsa de las poetizas cubanas.
Hablaré de las calles, de los sitios, de los adoquines que pisan nuestras plantas. Hablaré, sobre todo de la remodelación que se está llevando a cabo por la Oficina del Historiador de la Ciudad con vistas a los 500 años de su fundación.
Pero he allí cuando tropiezo con las tres primeras objeciones que pueden dilatar este trabajo: en primer término, quiero presentar mi oposición al nombre de esta Oficina, ya que Joseíto es el director de dicha institución, pero no un verdadero historiador de la ciudad. El historiador de una ciudad es aquel personaje casi invisible que hurga en todos los vericuetos, archivos públicos y privados, rastrea el último detalle de un hecho histórico de modo imperceptible, hasta concluir el análisis, para luego plasmarlo en unas cuartillas de papel y más adelante darlo a conocer públicamente; pero nunca el dirigente que ordena y manda. El dirigente que administra los pasos a seguir dentro de la infraestructura de una ciudad, salvo pocas excepciones, se nombra alcalde, gobernador, intendente, o de muchas maneras diferentes, menos historiador de la ciudad. Por lo tanto soy de la opinión que dicha Oficina, muy bien pudiera llamarse Oficina de Historia de la Ciudad, sin darse como pertenencia a un funcionario en particular; y esto, si se limitase a investigar cambios, modificaciones y hechos históricos ocurridos en ella desde el mismo comienzo de su fundación. Mas no sucede así. Esta institución ha irrumpido como el brazo más poderoso del Gobierno a la hora de ejecutar atrevidas restricciones de tráfico y giros infraestructurales inesperados, sin tener en cuenta el consenso poblacional que ya he señalado en otras semblanzas.
Mi segunda objeción es sobre la fecha de instalación de los pobladores en este sitio el Día de Reyes de 1526, cuando los habitantes de la villa original fueron trasladados en masa hasta el lugar que hoy ocupamos. De esta manera podemos aceptar que la villa original fuese fundada allá por la costa norte, a orillas del mar, el 4 de febrero de 1514, pero nuestro Camagüey, el que actualmente pisamos, demorará todavía algo más de un decenio para celebrar su quinto centenario.
Mi tercera objeción responde al intento de resucitación del viejo nombre ultramarino que nuestros padres fundadores cambiaron por Camagüey en 1903. Apenas institucionalizada la República, el título colonial Santa María del Puerto del Príncipe –nombre hermoso, por cierto, para una época de reyes y emperadores –fue sustituido por el de Camagüebax, personaje real y autóctono, cacique aborigen, jefe supremo del asentamiento indo-cubano en este lugar desde la época precolombina. ¿Por qué ese empeño en reinstalar el título obsoleto y colonial, representativo de un gobierno que combatieron a fuego y sangre nuestros héroes y mártires?
Pero dejemos a un lado estas inquietudes que difícilmente han de ser tomadas en cuenta por la dirección de la provincia y el país. La próxima semana entraré de lleno en las remodelaciones actuales.

Pedro Armando Junco

Continuará…



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