También en el discurso
del presidente Raúl Castro el día 7 de julio del presente año, le escuchamos
decir que “falta un largo y complejo camino para actualizar nuestro modelo
económico y social” y más adelante incluir que “han proseguido los estudios para
la supresión de la dualidad monetaria”.
En primer lugar,
expresar categóricamente que falta un largo camino después de más de
cincuenta años de gobierno, es como pedir un espacio de tiempo a la pléyade de
patriarcas bíblicos encabezados por Matusalén y Moisés cuando se conseguía
vivir 180 años y más.
Con respecto a la
dualidad monetaria –y utilizo la misma denominación del Presidente –puedo
asegurar que sería un éxito mantenerla y constituiría la felicidad del pueblo –y
no se me tome por una cruel ironía –, si los salarios fuesen abonados a los
trabajadores en CUC (pesos convertibles) y los artículos de primera necesidad,
a pesar de sus altos precios, se ofrecieran en lo que hoy constituye la moneda
común.
Es por ello que traigo a
colación algunas citas del doctor en ciencias Haroldo Dilla Alfonso al
referirse a este fenómeno a través de su visión marxista:
Hay grupos y personas que creen que la mejor
manera de empujar hacia un cambio en Cuba es saludar con efusión cualquier movida
que haga el gobierno, confundiendo la política de principios con los
intercambios coquetos de guiños. Y por eso han terminado disolviendo su
paradigma político en una jerga desbalanceada con mucho orden y muy poca
transición.
Pero todo lo hecho hasta el momento, siempre con
el tiempo en contra, no ha sido otra cosa que la provisión de primeros
auxilios, cuando sabemos que el cuerpo necesita una buena cirugía. Y en ello
hemos gastado siete largos años en los que la mayor preocupación ha sido no
equivocarnos.
Lo cierto es que la
ciudadanía tiene deseos de que se cumplan esas promesas que no llegan. El
problema de la doble moneda está acabando con el estándar de vida del pueblo
cubano, llevando a la miseria a miles de familias que no encuentran otra opción
que adentrarse en el campo de las 191 ilegalidades citadas en el discurso
presidencial, o lanzarse a la calle como mendigos alcohólicos o elementos
furibundos.
Cada vez son más
reiterativas las manifestaciones de descontento, los letreros ofensivos con
consignas contrarrevolucionarias garrapateadas en las paredes de la ciudad, las
apariciones en cualquier sitio de personas que gritan a voz en cuello
vituperios y maldiciones.
Y no es que los que
piensan como yo estemos de acuerdo en que estas cosas sucedan, pues, todo lo
contrario, estamos convencidos de que, desgraciadamente, esos elementos
escandalosos y ofensivos meten en el mismo saco en que ellos van a una
ciudadanía ávida de paz y de consenso, pero sin medios para expresarse; aunque,
también como ellos, desespera por las promesas que nunca terminan de cumplirse.
Y continúa Haroldo:
No es sonriendo al gobierno ni flirteando con
fórmulas asiáticas como se enfrenta la situación real de Cuba, sino asumiéndola
críticamente y reclamando pasos efectivos en dirección a cuatro aspectos
claves: la viabilidad económica, la democracia política, la dimensión
transnacional de su sociedad y la inserción soberana de Cuba en el sistema
mundial.
Cuba se encuentra ubicada en una encrucijada muy
compleja: una economía subsidiada, paralizada e incapaz por sí sola de
garantizar su reproducción simple; una sociedad plural y vigorosa que busca sus
espacios de autonomía a contrapelo de los usos de la política, una población
insular que decrece por sus bajas tasas de natalidad y porque su parte joven
emigra para donde pueda; una comunidad emigrada que es económica y
demográficamente más activa que la que permanece en la Isla y donde un sector
político antigubernamental de línea dura aún ejerce cierta hegemonía; un
problema de inserción política y económica en relación con el sistema mundial,
marcado por el diferendo con los Estados Unidos y que frecuentemente coloca al
Gobierno al lado de causas poco elegantes; y un sistema político que durante
décadas nos pidió la entrega de cuerpo y alma, sin fisuras, que ya no tiene
capacidad para hacerlo, pero que se niega a renunciar a la idea del control
total. De manera que hoy vivimos una extraña eclosión de situaciones inusuales
y desgajamientos y permisividades, a veces para bien, pero otras veces con
resultados perversos. Y que finalmente no nos conducen a un estado de derechos
y libertades.
El primer y más viable
camino que pueda conducirnos a un estado de derechos y libertades, como reclama
el articulista, es la transparencia total y la facultad ilimitada de expresar
las ideas y difundirlas, como muy bien reza el artículo 19 de La Declaración Universal
de los Derechos Humanos. Si al menos se dejaran atrás tantos temores y fobias
por parte del Estado y se ofreciera al ciudadano que piensa los espacios
difusivos para cualquier criterio dirigido a la evaluación y consulta de la
opinión pública, se estaría dando el primer paso para un consenso verdadero. A
fin de cuentas la gente ya tiene sus criterios consensuados, y uno de ellos es
la urgencia de cambios profundos, capaces de abrir espacios económicos,
políticos y sociales de manera absoluta.
Cuba no es Norcorea.
Cuba necesita con urgencia insertarse de verdad en las democracias
latinoamericanas –incluyendo a las más afines en política, pero que mantienen
un intercambio comercial con Estados Unidos –y adherirse a sus sistemas
eleccionarios pluripartidistas, respeto a la propiedad privada poderosa,
salarios reales y capaces de solventar con honradez las necesidades de la
familia, libertad de consumo de cualquier tipo de alimento, etc. Le urge poner
fin al diferendo con el vecino del Norte y recomenzar una comercialización que
se haga sentir directamente en la ciudadanía de a pie positivamente.
El pluralismo debe incluir el derecho de todos y
todas a aspirar al poder político por la única vía aceptable en una sociedad de
consensos: las elecciones libres y competitivas. Cuba necesita un sistema
electoral directo, pluralista, que reconozca el derecho de las minorías a
llegar a ser mayoría. Y un sistema político que garantice una participación
sólida en un parlamento efectivo, y un poder judicial independiente. Y al mismo
tiempo conserve y revitalice los espacios de democracia directa incluidos en la Constitución desde
1976: participación comunitaria, rendición de cuentas y derecho a la
revocación.
Con suma modestia, y en beneficio del
desiderátum socialista debemos reconocer que conseguimos una Revolución
nacionalista con una vocación loable de justicia social. Pero que ya no existe.
Y que el socialismo nunca existió.
Estas citas, tomadas al
vuelo de un trabajo de Haroldo Dilla Alfonso, publicado por la siempre
encomiable revista cubana Espacio Laical, no están al ciento
por ciento de acuerdo con mi criterio; pero sí deben ser difundidas a pesar de
que muy pocos cubanos insulares podrán recibirlas: Espacio Laical es una
publicación de pocas tiradas y no se ve nunca a la venta en los estanquillos
públicos; y mi blog no llega al pueblo de Cuba, porque el pueblo de Cuba no
tiene acceso multitudinario a Internet.
No quiero terminar mi
comentario sin incluir una frase que este autor trajo a colación en su artículo
a pesar de no ser suya, sino de “una
comunista brillante”, según sus propias palabras:
“La
libertad solo es tal cuando se concede a los que piensan diferente”.
Hay que tener en cuenta
la diversidad, como bien señalara en su pequeño discurso el presidente de
Uruguay José Mujica el pasado 26 de julio de 2013.
Pedro
Armando Junco
Esta muy bueno su articulo
ResponderEliminarGracias por sus comentarios, un abrazo
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