Hace solo unas semanas
fue detenido en el canal de Panamá un barco norcoreano que llevaba, camuflado
bajo sacos de azúcar criolla, material bélico de alta tecnología. Dentro de la
escasa información que pude bajar de Internet –ya que a partir de los titulares
los detalles han sido bloqueados –he podido conocer que dentro de aquel barco
iban los fuselajes de 2 aviones caza MIG21, numerosos motores de repuesto, y
entre diferentes tipos de armas convencionales, algunos misiles. Tampoco puedo
tomar como base la información oficialista nacional debido a que resume el
material descubierto como una bicoca de armas obsoletas.
A partir de estas noticias
que involucran no solo a mi país y a Corea del Norte, sino hasta al presidente
de Panamá que ha tomado el asunto de las manos –y por lo tanto no puede
entenderse que todo sea un teatro del enemigo –se hace añicos en el aire la
esperanza de paz perdurable y reconciliación hemisférica para todos los que ya
contemplábamos al doblar de la esquina la oportunidad de emerger de la crisis
en que vive la Patria. La
supresión del bloqueo y el borrado de la lista negra que esperábamos por parte
del gobierno de los Estados Unidos se irán a bolina con estas novedades.
Este envío de armas
obsoletas, o como quieran llamarles, es una jugada frustrada como cuando la Guerra Fría. El solo
hecho de llevar armamento escondido bajo sacos de azúcar, delata la poca buena
fe que contenían. Y la insensatez de intentar cruzarlas por la “boca del león”,
no solamente es irrespetuoso y ridículo, sino que puede enmarcarse dentro de
una política de inteligencia cavernícola y vulgar.
Esto último, al menos,
todavía me esperanza –con cierta endeble condescendencia y beneficio de la duda
–a que tales designios hayan burlado el conocimiento de la más alta esfera del
poder en Cuba porque, ¿qué es Corea del Norte, sino una autocracia dinástica,
peligrosa e irresponsable, capaz de conducir al mundo a un conflicto nuclear en
cualquier momento, totalmente contraria al discurso oficial de paz,
entendimiento y buena voluntad que escuchamos a diario por la más alta
dirigencia cubana?
Para nadie es secreto
que el pueblo norcoreano padece una miseria espantosa, carece de la más mínima
libertad individual y está sancionado, repudiado y temido hasta por sus vecinos
más cercanos y amigos nuestros, conocedores de la peligrosidad de sus
demenciales patrones. Enviarles azúcar es encomiable; enviarles armas es como
echarle leña a un fuego que amenaza con destruir al mundo, conociendo que permanentemente
el gobernante de ese país está amenazando a su hermano del sur con un ataque
nuclear. En Corea del Sur hay bases norteamericanas con decenas de miles de
soldados estadounidenses. ¿Qué pueda suceder al día siguiente en que Norcorea
lance una bomba atómica en una de esas bases y carbonice a miles de soldados
del Imperio?
Corea del Norte es el
hijo alienado en la familia de los gobiernos del mundo. La falsa filosofía de que
el enemigo de mi enemigo es amigo mío, puede convertirnos en cómplices de una
hecatombe nuclear que seguramente nos pondría en la mirilla del Imperio. Y
llegado el caso, tanto los pacifistas como los archipatriotas –muchas veces
chovinistas enmascarados –seríamos proclives a desaparecer en el conjunto de
los once millones de cubanos, como estuvimos a punto hace medio siglo cuando la
crisis de los misiles soviéticos.
Las armas todas, hasta
las pistolitas de juguete de los niños, deberían ser metidas en un saco
gigantesco y echadas al fondo de las fosas oceánicas. A nadie que venga a
hablarnos de paz debe otorgársele la palabra si trae un arma encima. No soy
partícipe de esos lemas apocalípticos que subestiman la existencia del
individuo y la sitúan por debajo de los “deberes patrios”. Y tampoco quiero
para mi país una independencia selvática como la que hoy sufre el pueblo
norcoreano. Múltiples caminos tenemos por delante. Soy partícipe de aquel
sendero que nos lleve juntos: a los once millones de acá dentro y a los otros
millones que allá fuera aspiran a reunirse con nosotros, a reconstruir una
Patria socialista de paz verdadera, de respeto mutuo, de independencia
democrática y reconciliación y amistad con todos los pueblos y gobiernos del
mundo.
Pedro
Armando Junco
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