martes, 6 de agosto de 2013

Una desagradable y alarmante noticia



Hace solo unas semanas fue detenido en el canal de Panamá un barco norcoreano que llevaba, camuflado bajo sacos de azúcar criolla, material bélico de alta tecnología. Dentro de la escasa información que pude bajar de Internet –ya que a partir de los titulares los detalles han sido bloqueados –he podido conocer que dentro de aquel barco iban los fuselajes de 2 aviones caza MIG21, numerosos motores de repuesto, y entre diferentes tipos de armas convencionales, algunos misiles. Tampoco puedo tomar como base la información oficialista nacional debido a que resume el material descubierto como una bicoca de armas obsoletas.
A partir de estas noticias que involucran no solo a mi país y a Corea del Norte, sino hasta al presidente de Panamá que ha tomado el asunto de las manos –y por lo tanto no puede entenderse que todo sea un teatro del enemigo –se hace añicos en el aire la esperanza de paz perdurable y reconciliación hemisférica para todos los que ya contemplábamos al doblar de la esquina la oportunidad de emerger de la crisis en que vive la Patria. La supresión del bloqueo y el borrado de la lista negra que esperábamos por parte del gobierno de los Estados Unidos se irán a bolina con estas novedades.
Este envío de armas obsoletas, o como quieran llamarles, es una jugada frustrada como cuando la Guerra Fría. El solo hecho de llevar armamento escondido bajo sacos de azúcar, delata la poca buena fe que contenían. Y la insensatez de intentar cruzarlas por la “boca del león”, no solamente es irrespetuoso y ridículo, sino que puede enmarcarse dentro de una política de inteligencia cavernícola y vulgar.
Esto último, al menos, todavía me esperanza –con cierta endeble condescendencia y beneficio de la duda –a que tales designios hayan burlado el conocimiento de la más alta esfera del poder en Cuba porque, ¿qué es Corea del Norte, sino una autocracia dinástica, peligrosa e irresponsable, capaz de conducir al mundo a un conflicto nuclear en cualquier momento, totalmente contraria al discurso oficial de paz, entendimiento y buena voluntad que escuchamos a diario por la más alta dirigencia cubana?
Para nadie es secreto que el pueblo norcoreano padece una miseria espantosa, carece de la más mínima libertad individual y está sancionado, repudiado y temido hasta por sus vecinos más cercanos y amigos nuestros, conocedores de la peligrosidad de sus demenciales patrones. Enviarles azúcar es encomiable; enviarles armas es como echarle leña a un fuego que amenaza con destruir al mundo, conociendo que permanentemente el gobernante de ese país está amenazando a su hermano del sur con un ataque nuclear. En Corea del Sur hay bases norteamericanas con decenas de miles de soldados estadounidenses. ¿Qué pueda suceder al día siguiente en que Norcorea lance una bomba atómica en una de esas bases y carbonice a miles de soldados del Imperio?
Corea del Norte es el hijo alienado en la familia de los gobiernos del mundo. La falsa filosofía de que el enemigo de mi enemigo es amigo mío, puede convertirnos en cómplices de una hecatombe nuclear que seguramente nos pondría en la mirilla del Imperio. Y llegado el caso, tanto los pacifistas como los archipatriotas –muchas veces chovinistas enmascarados –seríamos proclives a desaparecer en el conjunto de los once millones de cubanos, como estuvimos a punto hace medio siglo cuando la crisis de los misiles soviéticos.
Las armas todas, hasta las pistolitas de juguete de los niños, deberían ser metidas en un saco gigantesco y echadas al fondo de las fosas oceánicas. A nadie que venga a hablarnos de paz debe otorgársele la palabra si trae un arma encima. No soy partícipe de esos lemas apocalípticos que subestiman la existencia del individuo y la sitúan por debajo de los “deberes patrios”. Y tampoco quiero para mi país una independencia selvática como la que hoy sufre el pueblo norcoreano. Múltiples caminos tenemos por delante. Soy partícipe de aquel sendero que nos lleve juntos: a los once millones de acá dentro y a los otros millones que allá fuera aspiran a reunirse con nosotros, a reconstruir una Patria socialista de paz verdadera, de respeto mutuo, de independencia democrática y reconciliación y amistad con todos los pueblos y gobiernos del mundo.

Pedro Armando Junco

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