lunes, 19 de agosto de 2013

Arte en la rusticidad



Los motivos de ausencia en mi blog durante dos semanas fueron esta vez las impostergables vacaciones.  A nosotros los cubanos, sobre todo a las “amas de casa”, es fundamental tomar un veraneo lejos del hogar, durante un tiempo siempre determinado por los recursos económicos acumulados en el transcurso de un año. Y cuando se tiene una hija casi adolescente, que en septiembre comenzará sus clases en segunda enseñanza, se convierte este móvil forzosamente necesario.
Como no contábamos con los 100 CUC –o lo que es lo mismo: 2500 pesos cubanos –que cobran las casas particulares en Santa Lucía por una semana de hospedaje, caí como un pitirre a la tiñosa sobre Sergio –actual presidente de la filial de la UNEAC en la provincia –y conseguí el estreno de una de las dos cabañas apenas terminadas en la playa para los miembros de nuestra organización.
Para quienes no la conocen, debo decir que Santa Lucía es la principal playa camagüeyana, al norte de la Isla. Sus arenas blancas se extienden a más de 20 kilómetros de litoral y se subdivide en espacios menores con diferentes nombres: de este a oeste: “Punta de Ganado”, “La Concha”, “Amigos del Mar”, “Residencial” y “Tararaco” –estas dos últimas donde radican los hoteles para turistas de moneda dura –. Luego, tras largos kilómetros de orillas vírgenes, Santa Lucía finaliza en “La Boca”.
Las cabañas de la UNEAC radican en La Concha, muy cerca de la rotonda de la entrada. En esa playa –la de menor calado de todas –, a la izquierda de la avenida, existe un “ranchón” para los bebedores, un pequeño restaurante y dos cabinas telefónicas. A la derecha y rumbo al mar, se yerguen unas cuantas viviendas particulares de mampostería y techos de placa, cuya renta, cuando es por divisa, oscila entre los 25 y los 100 CUC diarios.
Detallo esto porque al acercarme a las cabañas de la UNEAC me vi empequeñecido ante la rusticidad de su construcción.: techo de guano cana de “dos aguas”, horconadura y viguetería de madera redonda pintada de verde intenso, piso de tabloncillo estrecho y paredes retocadas de amarillo corriente. Al ojo vulgar y desde lejos, parece disminuida su categoría.
Pero la sorpresa la tuvimos al penetrar en la cabaña que nos designaron. Aún no culminada la obra por la ausencia de pequeños detalles como lo es la cerca que delimita, sentí la sensación de haber llegado al hogar de mis abuelos mambises.
Esa frescura que brinda la cobija de guano cana convierte en innecesarios los dos ventiladores eléctricos; la comodidad de las tres hornillas automáticas de gas licuado, el confortable refrigerador antiescarche y el avituallamiento total de sus útiles de cocina, suscitan la envidia de cualquier hogar cubano de la clase nuestra: los de a pie.
La sala comedor cuenta con varios butacones, dos balances, una mesita y sus cuatro sillas, elegantemente trabajados. Frente, el televisor y el DVD. En el dormitorio son los ventanales de persianas, protegidos por las telas “mosquitinas”; la cama matrimonial y una litera doble, todo con colchonería nueva y sábanas de estreno. El baño, escrupulosamente azulejado y con piso impatinable, el lavamanos moderno y la ducha de agua potable en abundancia y a toda hora, culminan el equilibrio de una estancia perfecta en el interior del inmueble.
El artista diseñador del rústico proyecto, levantó un tanque elevado y dos duchas en el exterior, para cuando se llega de la playa eliminar la sal y la arena que pueden contaminar y molestar dentro de la vivienda. Esas duchas exteriores solo las he visto en hoteles para turismo en divisas durante las pocas ocasiones en que, un primo que me visita desde el exterior, me ha costeado la entrada.
Una guardia constante de custodios las 24 horas protege al visitante de cualquier hurto en sus horas de mar; una jovencita camarera limpia y organiza todas las mañanas el local; y un administrador diligente y amable, hacen sentir el celo porque disfrutemos una estancia extremadamente agradable.
Claro que existe una razón para que esto sea tal como lo he narrado: estas cabañas están construidas para el deleite de los artistas y escritores de la provincia. No se podía esperar menos que ser diseñadas y promovidas por talentos artísticos que las convierten a la vez en rememorativas y funcionales. Sabemos que esto ha sido agenciado a “sangre y fuego”, batallando contra las limitaciones múltiples de la sociedad en que vivimos. Pero se ha logrado.
No me queda menos que felicitar a Sergio Morales Vera, actual presidente de nuestra filial; a Elías, quien ha llevado las riendas del proyecto; y a Rubén, el maravilloso administrador que recibe a los huéspedes como si fuesen de su propia familia.
A todos ellos, gracias… y reiteradas felicitaciones.
  
Pedro Armando Junco


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