Algunos días antes
acuartelaron las milicias. Ya era historia el ataque a Playa Girón y la Crisis de los misiles. La Revolución llevaba casi
cinco años en el poder y de forma vertiginosa se iban sucediendo cambios
radicales en el país: fue en esa primera década revolucionaria cuando se
realizó el aniquilamiento estructural de una República capitalista en la que
habíamos vivido históricamente desde su comienzo en 1902. Fue la década del
cambio de una moneda reconocida internacionalmente, por otra que no tiene valor
alguno fuera de nuestra frontera y muy poco en la nuestra; fue la década de la
apropiación por el Estado de las grandes compañías nacionales y transnacionales
sin compensación alguna; fue la década de la Reforma Urbana,
implementadora de una ley que solo permitía poseer una vivienda, sin derecho a
venderla, mientras confiscaba las restantes; fue la década de la
nacionalización de todo negocio particular por pequeño que fuese; la década de
la nacionalización de la enseñanza; etc., etc.; fue la década de la muy
prometida Reforma Agraria, colmada de esperanzas para el campesino
rural desposeído. Y fue también, ¿por qué no decirlo?, la del primer éxodo
masivo del pueblo cubano: la primera estampida de la nación: la partida de
miles de familias por Camarioca, cuando todavía se cantaba con la ingenuidad
del que va de paseo:
Con mi maleta en la mano
y un torniquete en la boca
yo me voy por Camarioca
aunque me digan gusano.
y un torniquete en la boca
yo me voy por Camarioca
aunque me digan gusano.
Cuba quedaría “virada al
revés” en menos de diez años; a tal punto, que el premier soviético de
entonces, Nikita Kruchev, comentaría entusiasmado que Fidel iba a pasos
agigantados hacia el comunismo.
Pero hoy quiero hacer un
paréntesis histórico por cumplirse 50 años de aquella confiscación que, en solo
un día, monopolizó para el Estado todas las haciendas del país.
Aquella madrugada del 3
de octubre de 1963, muchos camiones fueron bajando, a la puerta de cada
posesión –a lo largo y ancho de todo el territorio nacional –una pareja de
milicianos con armas largas. La orden que traían era enfrentar directamente a
cada propietario de finca rústica y comunicarle más o menos estas palabras:
–¡Su finca queda
intervenida!
Esa era la orden. Esa
era la frase aprendida como estribillo por aquellos hombres rústicos. Los
milicianos, en su mayoría, era gente del pueblo pobre, inculto y marginado;
estaban conmovidos por aquel vertiginoso cambio social que erradicaba
instituciones de la alta sociedad burguesa, racistas algunas de ellas, y hechas
a la medida del dinero de cada familia, a las que ellos no tenían acceso. Era
la multitud proletaria de todos los pueblos y de todos los tiempos: el obrero y
el campesino, deslumbrados por la promesa de una igualdad hacia arriba, donde
nada tendrían que envidiar al patrono que lo exprimía con tanto trabajo.
Y se llevó a cabo la Reforma Agraria
más radical que haya tenido lugar en nuestro continente: toda hacienda mayor de
cinco caballerías de terreno quedaba ese día confiscada definitivamente por el
Estado. No fue, como muchos han pretendido hacer creer, una “reforma” para
igualar a cinco caballerías a todos los propietarios de fincas rústicas, y para
entregar sus posesiones excedentes como usufructo a los campesinos sin tierra.
Allí la propaganda oficialista ha mentido dos veces: porque toda finca que
sobrepasase las cinco caballerías de terreno, así fuera en una fracción de más,
era confiscada por completo, sin dejar al dueño ni siquiera la vivienda, si
poseía, como casi todos, otra en la ciudad. Y junto a la vivienda, también le quitaban
el carro, y la planta eléctrica, si estos equipos rendían alguna función en la hacienda
incautada. Tampoco los terrenos nacionalizados fueron entregados a los
desposeídos como se les prometió, sino convertidos en las llamadas “granjas
del pueblo”, nombre más que eufemístico, lleno de cruel ironía, pues
nunca el proletario campesino tuvo participación en ellas, a no ser como obrero
asalariado de igual manera que antes lo fuera del patrono burgués.
Han transcurrido
cincuenta largos años. De aquellas florecientes haciendas, muchas de ellas
famosas por su elegancia, alta productividad y peculiares detalles, no queda
nada más que el recuerdo. En las grandes fincas del Camagüey –entonces Ciego de
Ávila era parte de esta provincia –pululaban los ganados de raza, de carne y de
leche, según el objetivo de su dueño, aclimatados a nuestras tórridas
temperaturas. Las fincas
conservaban inmensos palmares y frutales, ricos en alimento para la cría de
cerdos silvestres. Los cañaverales, cuidadosamente estructurados, cercados y
cosechados, proporcionaban el máximo rendimiento según su capacidad. Era la
riqueza acumulada durante cuatro siglos de infra estructuración, de una
generación a otra.
Pero ese día 3 de
octubre de 1963 todo se fue a bolina. Luego de la confiscación hubo que buscar
nuevos hombres para encabezar la administración de las nuevas granjas estatales
y primó una sola condición: ser revolucionario. No importaba ese administrador
concurriera completamente analfabeto y desconocedor del manejo de aquel
emporio. Lo que importaba era su incondicionalidad a órdenes superiores. Y
precisamente, desde el punto más alto de la pirámide direccional, comenzaron a
bajar órdenes tan desatinadas como fue aquella de sustituir el ganado original
de las haciendas, positivamente probado por sus antiguos dueños, por otras
razas más productivas de leche, pero de pesebre en los países fríos; la
erradicación de los palmares por una gigantesca brigada de desmonte con vista a
novedosos cultivos y variedades en la caña de azúcar, e innumerables
disposiciones más que es imposible enumerar en estas cuartillas.
Como resultado de tales
medidas, la base económica rural se fue deteriorando. Año tras año hemos visto
retroceder la productividad de aquellas fincas antes fructíferas a tope y
desplomarse una infraestructura que durante décadas habían creado sus antiguos propietarios.
Los grandes pastizales que alimentaban a millones de reses y los extendidos
campos cañeros, cedieron paso al marabú hasta copar ahora tres cuartas partes
del territorio nacional.
Al acabarse la riqueza
material que ofrecía la productividad del suelo, escasearon los presupuestos
para mantener caminos confortables, transporte necesario, alimentación
adecuada, nivel de vida aceptable para todos, incluyendo aquellos mismos
proletarios, esperanzados en vivir un poco mejor, que hoy llegaron a la vejez o
la muerte, en idéntica o mayor miseria a la que sufrían antes de aquel 3 de
octubre de 1963 cuando, con un rifle al hombro y grandes sueños en la frente,
se pararon ante el patrono por primera vez y de tú a tú, pronunciaron la
consabida frase que le ordenaron declamar.
Sin embargo, persiste un
error mayor que haber destruido la economía cubana: es el error de no admitir
el fracaso. Es ese empecinamiento en continuar fabricando fórmulas economicistas que el señor Murillo y su equipo imaginan
a diario, cuando la más óptima fórmula de economía productiva, hasta hoy, ya
está inventada –y no debe dar vergüenza el admitirlo –: es la economía
capitalista, al margen de sus injustas composturas sociales. Ese vano intento
por levantar las arcas de este país con trabajadores por cuenta propia –en
léxico cubano posmoderno: cuentapropismo –es el que se erradicó de raíz en los
años sesenta, cuando fueron nacionalizadas hasta las barberías y míseros
locales de cualquier zapatero remendón. Ese vano intento por rescatar el 75% de
las tierras perdidas en marabú con minifundios sin recursos, es la resultante
de haber faltado a la promesa de entregar las parcelas ociosas a los campesinos
sin tierra hace cincuenta años y haber apartado de la sociedad a los
propietarios legítimos de capitales adquiridos honradamente por herencias,
trabajo arduo y limitaciones sin nombre, familias aptas que fueron capaces de
desarrollar riquezas propias, cuyas resultantes, a fin de cuenta, acrecentaban
la riqueza nacional.
No obstante el
disfrazado intento por volver atrás, estas nuevas fórmulas de apertura carecen
de futuro mediato e inmediato debido a las limitaciones que arrastran, a los
métodos restrictivos que llevan implícitas, a la idea –según muchos perversa
–de mirar al pueblo de la misma forma a como los señores feudales de la Inglaterra medieval
miraban a siervos y plebeyos, sin querer darse cuenta de que esta población que
sufre y padece, sí sabe pensar y está cansada de engaños y de falsas promesas.
El día 3 de octubre de
1963 no se menciona jamás en las efemérides por los medios de prensa
oficialista. Pero no es como para dudar que en un futuro no lejano se considere
esta fecha como día de duelo nacional.
Pedro
Armando Junco
Un post de esos ke pasan desapercibidos aquí en Cuba pero que llevan mucho de verdad.
ResponderEliminarPura tonteria y nostalgia. Lo que pasó, pasó. El mundo hoy no es igual al de aquella epoca. Reconozcan el presunto error o no, tendran que adaptarese a la realidad mundial. El pueblo por su parte esta moviendo neuronas.
ResponderEliminarEstas cosas q comentas van pasando,ahora son 50 años,después serán mas y el olvido caerá sobre esta atrocidad,por eso me maravilla tú artículo,se debería denunciar con mas intensidad para q las nuevas generaciones conozcan el origen ocasionado a este hermoso país por las mismas personas q aun lo dirigen,gracias junco.
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