miércoles, 4 de diciembre de 2013

Mi canto por la paz



El viernes 29 de noviembre alguien convocó en la sede de la UNEAC a poetas, miembros o no de la membrecía, para cantarle a la paz. No obstante, para algunos de los asociados, no hubo invitación.
En realidad no es molestia para mí esta marginalidad, puesto que otros quehaceres cotidianos apenas me facilitan tiempo a escribir unas líneas en el blog semanalmente. Pero al tratarse de un canto por la paz –por la paz verdadera –me fue imposible obviar el desaire a pesar de no reconocerme como buen poeta.
Por casualidad pasaba por allí y logré escuchar varias declamaciones. El estilo enrevesado de diversos bardos y prosistas que leyeron sus obras, harto de un léxico inquirido en los diccionarios con el propósito de dar a entender un nivel cimero en su cultura, a mi modo de ver, lejos de reafirmar el propósito que persigue, más bien demuestra falta de capacidad para hacerse entender. Siempre he notado en esos parlamentos inflados una sobrecarga de palabras y frases que, al final, cuando escardamos el texto, no dicen nada o casi nada. A simple vista parecen pompitas de jabón, con exuberancia y matices multicolores, que luego se deshacen en el aire y dejan un vacío en el espíritu que duele al apetito intelectual, porque las ideas concretas y originales son las proteínas del intelecto.
Diafanidad y sencillez han sido siempre el éxito de los más grandes escritores de todos los tiempos. Ni siquiera en la poesía me son simpáticos los estilos oscuros, pues nada más hermoso que lo poético con palabras asequibles: por ejemplo en Neruda: “Es tan corto el amor y es tan largo el olvido”.
Sin embargo, la gente común acostumbra aplaudir lo que no entiende; y es por eso que estos artistas alcanzan fama y éxito momentáneo y arrancan ovaciones. Estos literatos de moda acumulan premios y riquezas, opacan a sus contemporáneos, y hasta desdeñan al resto de sus semejantes. Luego el tiempo los desaparece de la faz de la historia.
Así que apenas llegué a mi casa y abrí mi puestecito de venta de viandas y hortalizas, me acomodé en la acera y escribí, al correr de la pluma, esto que presento a continuación.
Mi canto a la paz

Un canto por la paz mueve mi lira.
Es un canto sin falso subterfugio
que sirva de mampara y de refugio
a un siglo tembloroso que aún respira.

No canto a quien, al incendiar la pira,
lleve en sus manos el clavel espurio,
ni al que escondido tras fatal augurio
morteros carga mientras bombas tira.

Ni a festivales por la paz del odio
donde el insulto para un otro suene;
ni arteros vivas a sangrienta gloria.

Yo quiero un canto que se eleve al podio
en que la justa libertad se estrene
y haga siglos de más para la historia.

Pedro Armando Junco

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