lunes, 21 de abril de 2014

La ley de inversión extranjera



Se ha manejado tan bien la información nacional por los medios difusivos oficialistas que por ahí anda la gente, el pueblo de a pie, contento y esperanzado con la nueva ley de inversión extranjera.
Hay hasta quienes piensan que a partir de la implementación de esta nueva “apertura” el pueblo de Cuba recibirá beneficios millonarios, que el nivel de vida individual superará el de cualquier haitiano y que podremos tener carros propios, casa confortable y viajar al exterior producto de nuestro propio peculio.
Pero las cosas no son tan bellas como esa gente cree. En primer lugar el negocio y sus beneficios son, como muy bien se titula la ley, para extranjeros. ¿Qué pinta un cubano natural, un obrero simple y llano, esperanzándose con participar en este supuesto pastel de cumpleaños? Y cuando se menciona la persona cubana, es la persona jurídica estatal, o sea, instituciones gubernamentales del Estado envueltas en el celofán de la palabra “persona”, para que los ingenuos crean que se trata del ciudadano individual.
Nada que ver con nosotros. A nosotros se nos emplearía en esas compañías como simples trabajadores asalariados. Pero no asalariados con moneda convertible como se manejarán los frutos de las utilidades de dichas compañías, sino con el peso nacional que vale cuatro centavos.
¿Y si algún ciudadano de a pie recibe de un familiar suyo en el exterior una remesa capaz de crear una empresa, abrir una shopping, o simplemente participar como inversionista en una compañía mayor, puede aplicar a esa ley? ¿Y si el inversor extranjero escoge a un amigo o familiar residente en este país y delega en él para director de su empresa, lo permite la ley? ¡Claro que no! Los cubanos insulares no tienen derecho a capitalizar, ni a ser ricos, según palabras de altos funcionarios del Gobierno. ¿Entonces, cómo podemos catalogar a la ciudadanía nacional, o sea, al pueblo? ¿Cuál es el calificativo que realmente le corresponde?
Claro que la respuesta soterrada de ese pueblo está allí, implícita en su conducta. Es esa respuesta sin palabras, que no sale por los medios difusivos, pero que la presiente, tanto el Estado como la ciudadanía culta y moral que permanece en la Isla: la desobediencia a leyes injustas, la fechoría en cualquiera de sus aristas, la constante perturbación al orden público y tantas otras que hicieron confesar al presidente del país meses atrás que suman 191 formas negativas del pueblo. Y la peor de todas, la emigración multitudinaria, solo refrenada por la frontera marina y por la negativa al visado en múltiples embajadas radicadas aquí.
Es mi criterio, mi triste y quejumbroso criterio, que si el Gobierno del pueblo de Cuba no hace cambios profundos y funcionales –y al parecer, muy pocos deseos tiene de llevarlos a cabo –la nación cubana se difuminará por el mundo como las gotas de lluvia que caen en el océano.

Pedro Armando Junco

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