Andan por ahí comentarios sobre lo que Leonardo Padura dijo o dejó de decir en una entrevista. A estas alturas no he podido “empatarme” con la muy divulgada conversación en que, el más destacado escritor contemporáneo cubano residente en la Isla, ofrece sus criterios. Pero, según se comenta en el mundillo de la blogosfera intelectual, el caso tiene sus raíces en que Padura “no habló mal de los americanos” –entiéndase: del gobierno estadounidense.
Esto ha levantado una polémica que ha envuelto a unos cuantos blogueros, incluyendo a mi siempre fraternal amigo Juan Antonio García. Y yo, desde afuera, corto puedo opinar por falta de información desde que el Comité Provincial de la UNEAC en Camagüey me condenó a un año alejado de la Organización y por ende, a un año de ostracismo en el salón de internet de la sede.
Pero, en los post de Juany, que me siguen llegando por correo electrónico, se habla de herejes y herejías, cuestión que me llega al pelo en estos momentos que se me condena con todo rigor por haber expresado criterios contra alguien que, por cierto, es merecedor no solo de la crítica que le hice, sino del castigo ejemplarizante al que me han condenado y mucho más. Y por eso, por utilizar siempre mi heterodoxia y mi libre albedrío a la máxima potencia, también me considero “hereje”.
Juany defiende con mucha valentía el derecho de todo ciudadano a la libre expresión de criterios y, más hermosamente todavía, su total ruptura con el concepto de “intelectuales” con que algunos escritorzuelos pretenden salirse del grupo poblacional:
La verdad es que yo prefiero a aquellos que sin ser intelectuales son capaces de acusar al rey de escándalo público por andar desnudo a este otro silencio militante. Prefiero el libre examen de todos los problemas que nos afectan, al establecimiento de límites a los debates, porque esos límites, no nos engañemos, los estará diseñando alguien o algunos de acuerdo a sus muy humanos intereses.
Si Leonardo Padura no quiso decir esto o aquello, es, sencillamente, su derecho. Ese afán perverso de querer comprometer a otro a que exprese como suyo lo que yo pienso que se debe manifestar, es una monstruosidad dictatorial impropia de seres pensantes y fuera de lugar en los tiempos que vivimos. Ese temor –o terror –que algunos incondicionales de sistemas de gobiernos dictatoriales sienten, y por ello piden a gritos “no saltemos al otro lado de la barricada”, está muy bien respondido por Juan Antonio cuando le replica:
La expresión “del lado correcto de la barricada” no pasa de ser una expresión de buena voluntad, que en modo alguno orienta a quienes a diario tienen que sobrevivir. ¿En esta parte de la barricada no citábamos hasta el cansancio al Che cuando decía que no se puede construir el socialismo con las armas melladas del capitalismo, y hoy lo actualizamos con varias de las recetas que propone ese sistema? ¿a qué llamamos entonces el lado correcto?
Por otra parte, considerar a la democracia más importante que la libertad no debe conducirnos a la disyuntiva de quién fue primero, si el huevo o la gallina, puesto que puede existir una democracia sin libertad –que como hechos la vemos a diario –pero solo la libertad es capaz de conducir a una auténtica democracia plural. O sea, primero la libertad; y a partir de ella la conquista de la democracia. Aquellos que piensan que la libertad conduce a la anarquía, no son más que retóricos que, temerosos de aquella, anteponen el supuesto a que se puede llegar con un exceso de la misma, para no admitir que la libertad debe estar regida por leyes éticas y de consenso social, que sirvan de muralla al libertinaje y a la anarquía.
Los que defienden a ultranza el socialismo deben abrir los ojos a la realidad de los días en que vivimos. Muy conocido es que hasta Albert Einstein admitía de modo preferencial al socialismo antes que al capitalismo. Porque del capitalismo todos conocemos sus injusticias sociales y su explotación “del hombre por el hombre”. ¡Pero, cuidado! Porque hasta la presidenta de Argentina dijo recientemente –con otras palabras, por supuesto –que muchos se tuercen tanto hacia la izquierda, que finalmente dan la vuelta completa y terminan en la derecha. Y entonces nos enfrentamos a la gran paradoja política de la pretendida igualdad, y aparece la “explotación del hombre por el Estado”, que a fin de cuentas es mucho más cruel que la capitalista, porque el Estado se ha convertido en un monopolio único y omnipotente que transmuta al ciudadano común en simples peones de ajedrez que maneja a su antojo.
Y si me permiten ofrecer mi criterio al respecto con toda la franqueza y consideración que merecen los censores, pero ante la indisoluble concatenación de estas dos tendencias sociales que se complementan entre sí, yo prefiero un capitalismo socializado a un socialismo capitalista.
Por eso quiero cerrar este post con otras palabras certeras de mi amigo Juany:
Creo, Luque, que a ambos nos interesa la justicia social y que ambos tenemos claro que la solución para los males de la humanidad no es el capitalismo. Pero la diferencia tal vez esté en que antes de hablar de humanidad a mí me interesa indagar en la suerte del ser humano concreto, el de carne y hueso, el vecino que está a mi lado, no el que desde una oficina climatizada, o desde un modernísimo carro que le permite desplazarse con comodidad por todas las provincias dispone medidas según lo que piensa que es la realidad metida en su cabeza.
Pedro Armando Junco
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