lunes, 18 de agosto de 2014

Ahora sobre las indisciplinas sociales

Según el Presidente del país, las indisciplinas sociales computarizadas alcanzan la alarmante cifra de 191. Lo confesó hace más de un año en un patético discurso de recapitulación. Habría sido altamente productivo que las hubiesen publicado en Granma una por una, detalladas y diáfanas. Pero todavía se acostumbra a decir, cuando no queda otra opción, la verdad a medias. No obstante, muchas son evidentes por su constante pronunciamiento. Pero no pasa nada.

Y hace algunos días, luego de mi post sobre las causantes de estas epidemias que hoy azotan el territorio nacional, un amigo me conminó a clasificar las “indisciplinas sociales”.

A mi juicio pueden catalogarse en dos grandes grupos primeramente: las injustificables y las justificables. Pueden también hacerse desgloses por categoría de peligrosidad: mayor o menor; de capacidad: reducibles e irreducibles; de saneamiento: eliminables y no eliminables. Pero eso queda para los funcionarios del Consejo de Estado. Mis dos grupos abarcan las injustificables y las que se justifican.

Las injustificables y consuetudinarias, esas que vemos en el barrio diariamente pueden ser solucionadas a corto plazo. Puede ser con amonestaciones, apelando a la concientización de la ciudadanía o con multas equitativas. Salir sin camisa a la vía pública, vociferar palabras obscenas, poner música con altavoces sin tener en cuenta el vecindario, sacar a los perros a defecar públicamente en la calle, echar basuras en cualquier sitio, mantener gárgolas sobre los techos que desagüen a las aceras y mojen a los transeúntes, contravenir las señales de tránsito…, etc. 

Pero hay otras, aparentemente injustificables, que tienen cierta “justificación” –valga la redundancia y la paradoja –en su génesis, porque las primeras que mencioné ocurren como resultado del relajamiento ético de la población, que durante 56 años la Revolución ha permitido, ya que anteriormente esas malas costumbres raramente eran vistas.

Se dijo al principio del período revolucionario, por ejemplo, que cuando la guardia rural –batistiana o machadista –desalojaba de una hacienda a una familia que había construido un rancho para vivir sin permiso del dueño del terreno, ejecutaba una monstruosidad. Y después del triunfo revolucionario se institucionalizó el derecho al no desalojo y los elementos más desposeídos aprendieron a meterse en cualquier sitio y nunca más se pudo sacar de una vivienda al astuto que aprovechó el momento oportuno para colarse dentro de ella. Y si a esto se suma la administración de las leyes según los requerimientos oficiales, aflojando aquí y apretando allá, el relajamiento moral ha ido en aumento paulatinamente. Se dijo alguna vez que todo era propiedad del pueblo y la propiedad privada dejó de tener un sentido real, tanto es así que, si un asaltante viola el domicilio de un ciudadano y este, en defensa propia, le causa daño, tiene que pagar caro la salvaguardia de su morada. Así podríamos enumerar una serie de prácticas que inducen al desorden y atentan contra el equilibrio social imprescindible para el buen funcionamiento ciudadano, cuya responsabilidad debe asumir el Gobierno, ya que dispone de los medios requeridos.

Es por eso que también surge este grupo –hasta quizás mayor que el primero –de indisciplinas sociales “justificables”. Y encasillo el término porque, a pesar de todo, no dejan de ser un lastre social que abochorna la cubanía.

El insuficiente salario a los servicios que presta un obrero trajo por consecuencia la impuntualidad, la indolencia, la pésima ejecución de labores a desarrollar, el abandono de los centros de trabajo para realizar comercio ilícito, etc.; y cuando estas barreras ocurren en sectores como la salud, en ocasiones cuesta la vida de personas que pudieron salvarse, a pesar de que estos hechos quedan soterrados en el silencio más absoluto. En el caso de la educación sucede otro tanto, pues aunque la desidia de los educadores no mata al instante, sí puede sembrar conductas que lleven al educando por los caminos más deplorables, como se aprecia actualmente.

El robo, el hurto, el asalto y toda esa gama de delitos de alta peligrosidad han surgido en parte por la flexibilización de leyes carcelarias, al punto de que la delincuencia ha bautizado a la cárcel como “la beca”, donde se entra y se sale tan a menudo como a una gran escuela de facinerosos. Tampoco se puede soslayar por completo el problema de la necesidad de supervivencia, caldo de cultivo que en muchas ocasiones convierte a un hombre trabajador en depravado delincuente.

Y otras “justificables” de peligro menor –a pesar del rigor con que se combate algunas de ellas –son el robo de electricidad en las zonas residenciales, el sacrificio de ganado mayor, el hurto de los bodegueros y expedidores de mercancías en los mercados, la adulteración de productos de primera necesidad con grave peligro para la salud poblacional, etc. Si el precio del consumo eléctrico resultara adecuado al bolsillo popular, se reduciría casi a cero el escamoteo de fluido; si la carne de res estuviera a la venta públicamente, también a precios aceptables, no estarían las cárceles llenas de carniceros por cuenta propia; si las bodegas fueran particulares como hace medio siglo, sus dueños, lejos de vender libras de catorce onzas, serían más espléndidos y gratificantes por tal de garantizar una clientela amplia, y nunca alterarían los productos en venta.

 

El Presidente de Cuba se ha propuesto un “cambio de mentalidad” promovido por especialistas en economía y sicólogos de primera línea, pero que no son suficientes para devolver la salud al enfermo, porque en esa frase ambigua, igual que en tantas otras consignas lanzadas, no queda establecido hasta qué punto la mentalidad está autorizada a cambiarse.

El lastre mayor lo tiene el país en un pueblo que no produce bienes de consumo. Un país donde los ciudadanos parecen zombies que deambulan por las calles en busca de un plátano para terminar la comida del día, o lo que es peor, se sumergen en negocios oscuros, incluyendo el contrabando, el robo o la estafa, en busca del dinero para comprar el plátano.

Y muchas son también las clasificaciones de elementos parásitos, sobre todo esas decenas de miles de directivos burocráticos que atan las manos a cambios fundamentales, ya que el primero de estos a llevar a cabo, si se quiere obtener soluciones reales en la crisis económica del país, debe ser la eliminación de ellos mismos: rémora absorbente de privilegios y causa principal del descontento poblacional al descubrir en esta lacra, lejos del ejemplo que proponía el Che, una nueva clase social de privilegiados. Es por ellos la axiomática frase del Doctor Adrián Rogers expuesta en mi post anterior:

Cuando la mitad de las personas llegan a la conclusión de que ellas no tienen que trabajar porque la otra mitad está obligada a hacerse cargo de ellas, y cuando esta otra mitad se convence de que no vale la pena trabajar porque alguien le quitará lo que han logrado con su esfuerzo, eso… mi querido amigo… es el fin de cualquier nación. “No se puede multiplicar la riqueza dividiéndola”.

 

No quiere esto decir que pueda desarrollarse una sociedad sin directivos útiles, honestos y trabajadores, sino que gran parte de estos otros directivos gozan de privilegios muy lejanos del pensamiento marxista y el Estado cubano puede prescindir de ellos ya que son totalmente innecesarios. ¿Y qué decir de los altos salarios de estos directivos, su nivel de vida, su acceso a lugares donde los verdaderos trabajadores no pueden alcanzar, como es el caso de Varadero para los altos dirigentes y el campismo popular para el resto del pueblo?

Sin embargo, hay muchos que opinan que, como círculo vicioso, el Régimen se sostiene gracias a la incondicionalidad de esos elementos improductivos y gravosos, puesto que son sus guardianes de cabecera. A partir de estas conclusiones habría que poner en práctica al pie de la letra la fórmula marxista “a cada cual según su trabajo” o su variante más objetiva: “a cada cual según su productividad”, para eliminar también esa otra secuencia de burócratas menores: los que no gozan de grandes privilegios, pero nada aportan a la producción: los que mal viven de un mísero estipendio por no hacer nada productivo… y que son millones.

Las indisciplinas mencionadas en este post son solo algunas de las más corrientes. Quedan por citar más de 180 de ellas, que la dirección del país, como un primer paso, muy bien las tiene registradas. El segundo paso sería buscar las causantes que las justifican y eliminar primero esas causantes. Cuando no haya justificación alguna para quienes las ejecuten, entonces sería justificable tomar medidas drásticas contra ellas.

 

Pedro Armando Junco

 

 



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