Pedro Armando Junco
En la mañana del día nueve de noviembre, al cruzar la plazoleta San
Ramón, cuatro ancianitas conversaban encima de la acera. Bloqueaban la
senda, pero la carga de años de cada una de ellas me obligó a detener
la marcha y esperar a que me abrieran paso.
Fue entonces cuando escuché a la menos anciana:
–¿Vieron ustedes como ha ganado Trump…? ¡Ahora sí que se va a poner
bueno esto…!– dijo con ironía poco disimulada.
La que parecía mayor de todas acotó:
– Sí; ¡porque no es lo mismo trumpista que trompetista!
El exabrupto me hizo soltar la carcajada; se percataron de mí y me
dejaron cruzar.
Es que hasta las féminas septuagenarias están al corriente de la
política norteamericana. Y las razones son múltiples: ¿Qué cubana de
la "tercera edad" no tiene un hijo, un nieto o algún ser querido
viviendo en los Estados Unidos? ¿Qué cubano no espera algún beneficio
del lado de allá del Estrecho? ¿Qué ciudadano de a pie no aspira
alcanzar algún día un nivel de vida cercano al del vecino norteño,
como cuentan cuando regresan de visita los que se fueron en harapos y
acá alquilan carros cuyo costo en solo un día supera tres meses
íntegros de un trabajor nacional?¿Cómo no se ha de involucrar también
la sociedad civil de Cuba –la verdadera, la del pueblo sencillo y
multitudinario– si los medios de prensa oficialistas han tomado el
asunto de las manos como si se tratara de elecciones generales en
Cuba?
Pero más allá del sentido práctico de nuestros ancianos, ahora están
en juego cuestiones sociales que de alguna manera pueden tocarnos a
nosotros. Quizás no suceda nada relevante, porque los políticos en
campaña hablan hasta por los codos y luego todo continúa igual.
Tomemos como referencia los lineamientos… Pero está llegando al poder
un hombre diferente: un magnate nacionalista. Y si los hombres
públicos por regla general son mentirosos, un tipo como Donald Trump
es capaz de acometer empresas inusitadas con profundos cambios en el
orden mundial.
A la historia no se le puede mirar de forma aislada. La concatenación
política panamericana nos lleva a un análisis meticuloso en el cual se
vislumbran cambios a corto plazo que tendrán mucho que ver con la
nueva administración de los Estados Unidos. El gobierno de nuestro
país no está de plácemes con la llegada al poder del republicano. Pudo
verse entre líneas en la Mesa Redonda, cómo se respiraba una atmósfera
demócrata en los participantes, puesto que Trump ha dicho tomar carta
contra las aperturas obamistas si no hay una respuesta positiva por la
parte cubana, sobre todo en el respeto a los derechos humanos. A pesar
de no ser estas aperturas las más añoradas por el Gobierno de Cuba, si
propugnan un respiro a la crisis económica de la Isla cuando de
Venezuela queda ya muy poco que esperar.
Una semana después del resultado de las elecciones, Randy y Taladrid
escarban todavía sobre el tema en la Mesa Redonda; ahora más que nunca
les preocupa la llegada al poder del septuagenario representante del
verdadero Tío Sam; o al menos eso es lo que se les ha orientado
analizar frente al pueblo.
Si hace más de un siglo el preclaro poeta de América Latina, inspirado
en Teo Roosevelt escribió:
"Eres soberbio y fuerte ejemplar de tu raza;
eres culto, eres hábil; te opones a Tolstoi.
Y domando caballos, o asesinando tigres,
eres un Alejandro-Nabucodonosor.
(Eres un profesor de energía
como dicen los locos de hoy.)
Crees que la vida es incendio,
que el progreso es erupción,
que en donde pones la bala
el porvenir pones."
tenemos ante nosotros al más genuino representante del gobierno
norteamericano. El parecido de Donald Trump con Teodoro Roosevelt es
casi idéntico en la oda rubeniana, menos en un detalle que los tanques
pensantes de nuestro país no han pasado por alto: El presidente recién
electo "no se opone a Tolstoi", sino, por el contrario, acaso piensa
aliarse con él y repartirse el cake mundial con cucharas grandes.
Si a esto sumamos la estampida de los jóvenes cubanos hacia el
exterior en busca de mejores oportunidades y confort, es problema
aritmético fácil de resolver que dentro de una década a lo más, en
Cuba todos seremos viejecitos. Si Jonathan Swift saliera de la tumba y
visitara a Cuba en 2026, seguramente escribiría Gulliver en el país de
los geriátricos y en vez del gentilicio "cubanos" nos llamaría
"geritrudienses".
El nuevo huracán de limitaciones que se avecina ya lanza sus primeras
ráfagas en la escasez de medicamentos vitales; las grandes colas de
viejecitos frente a las farmacias ofrecen un panorama desolador para
los meses venideros cuando, a consecuencia de sus carentes fármacos,
los infartos –en Cuba una gran parte de la población es hipertensa– se
multipliquen con irremediables consecuencias. ¡Y qué decir de los
diabéticos! Recemos porque el trumpismo no sea una opción letal para
nuestra ciudadanía.
En las escuelas cubanas de arte musical –que son numerosas– los
jóvenes se hacen profesionales, y en muchas ocasiones como fue el caso
de Arturo Sandoval, cobran fama allende los mares. Yo soy un ferviente
admirador de ese cubano fuera de serie que por desdicha está prohibido
escuchar en Cuba. Por eso me acordé de él con nostalgia la mañana del
día nueve de noviembre cuando la ocurrente señora dejó escuchar su
frase lapidaria:
¡No es lo mismo trumpista que trompetista!
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