A raíz de mi última publicación, un seguidor del blog se dirigió a mí pidiendo, encarecidamente, le explicara en qué me baso para asegurar la futura inflación que pronostiqué a partir del incremento salarial decretado hace algunas semanas. Y debo responderle, tanto a él como a quienes no pusieron a funcionar sus neuronas como suspicaces cubanos, que no es preciso ser economista ni matemático para intuir que un aumento de moneda en la población, frente a un desabastecimiento en pleno desarrollo, tiene forzosamente que elevar el precio al valor de los productos, quiéranlo o no el presidente del país y sus tanques pensantes.
Pero no solo habrá crecida en los artículos de primera y de última necesidad, sino además, un ascensocínico en la picardía del ciudadano común. Nuestra ciudadanía –tengamos presente siempre que al margen de la clase dirigente, algunos "macetas" o mantenidos desde el exterior por su familia –es proletaria. Recordemos siempre que en Cuba impera la filosofía oficialista"nadie puede ser rico", a pesar de que todos necesitamos sobrevivir y, según le escuché repetir a mi padre desde mi lejanainfancia: "después de crecido, nadie se deja morir de hambre".
Por eso quiero dedicar esta crónica a una renacida manera de estafar que, a despecho de su lejana invención revolucionaria, ahora seejerce con arte y finura.
Pues ayer fuimos una amiga joven y yo a uno de los restaurantes más emblemáticos de Camagüey. (No escribiré el nombre de dicho lugar ya que mi intención no es denunciar a los infelices que dan brazadas de náufragos en este mar de miserias económicas que es la Cuba actual).
Me sorprendió muchísimo la amabilidad extrema de aquel camarero "madurón" cuando estamos acostumbrados al maltrato en los servicios públicos. Su amabilidad se extendió desde ajustarnos la silla al momento de sentarnos, hasta las palabras de bienvenida que prodigó como si yo hubiese sido Díaz-Canel acompañado de la primera dama. Nos entregó la carta con una inclinación de cabeza, inquirió en lo que deseábamos beber y al momento regresó con las cervezas Tínima, que personalmente sirvió en nuestras copas.
Como es de esperarse en el momento que se vive, las cartas de los restaurantes de lujo, pero en moneda nacional, están plagadas de ofertas iónicas que enlazan lo real con lo virtual. De los tantos platos escritos en las páginas del menú, los más atractivos nunca existen. Están allí decorativos y rebosantes de imaginación. Recuerdo a mi compañera al pedir plátanos maduros fritosy a nuestro camarero explicar,en extremo compungido, que los plátanos estaban allí, pero todavía no habían madurado y lamentaba muchísimo no poderla complacer. Luego de más de media docena de "no tenemos", "no nos quedan", "se agotaron", tuvimos que comer lo poco que en realidad ofrecían.
No debo omitir que el café y el postre tampoco estaban "en existencia". Ante esta última negativa me pareció ver lagrimones en los ojos de nuestro sirviente.
Pero la sorpresa se hallaba, como en buen cuento, al final de la aventura. Al pedir la nota se alejó hasta una mesita, sumó el consumo, dobló el papel y lo insertó muy firme en una especie de gancho plástico que sujeta el dinero en el platillo y, así de enrevesado, lo colocó en nuestra mesa cuanto más distante le fue posible de mí, y susurró dulcemente:
–Son ciento dos pesos…
Como cubano de buen olfato que también soy, mordido tantas veces por la socarronería criolla, me incliné sobre mi amiga y alcancé el platillo. Zafé el papel de la presilla, sumé con cuidado y descubrí que me estaba robando veinte pesos. Desde una esquina del salón pude descubrir como a nuestro camarero le sudaban las manos, pues de seguro había supuesto que "este veterano con una hermosa pepilla al lado no va a hacer el ridículo de leer la factura de la cuenta". Puse un billete de cien y otro de cinco pesos amordazados junto a la nota y lo llamé. Estaba nervioso, en espera de mi descarga. Pero yo le sonreí y le dije:
–Perdone que la propina es solo de tres pesos, pero revise bien y tome para usted la diferencia de la equivocación en la suma.
El pobre hombre no pronunció palabras… o sí. Entre dientes le escuchamos decir:
–Gracias…
Yo entiendo al hombre cincuentón. Seguramente tiene una familia que mantener. En Cuba pocos son los que dan propinas en los restaurantes; o se limitan a pequeñas gratificaciones. Él está obligado a ir en su "búsqueda" como la inmensa mayoríadel pueblo proletariode Cuba lo hace. Este es, sin lugar a dudas, otro de los síndromes de nuestra miseria.
Pedro Armando Junco
Recordemos siempre que en Cuba impera la filosofía oficialista "nadie puede ser rico." Yo agregaria: ¨excepto la élite.¨ ¿Adonde va Tony Castro de vacaciones? ¿Donde compra Mariela su ropa? ¿En cual carniceria hace cola Ulises Rosales para comprar los huevos que le tocan? ¿Dónde compra Machado Ventura el pescado de la libreta? Eudocio Ravines tenia razón ...
ResponderEliminarEl robo se ha convertido en parte de la ¨formación revolucionaria¨ del pueblo de Cuba. Es una forma casi segura de incrementar un poco las entradas para poder sobrevivir. Es el precio que hay que pagar por ser ¨soberanos, libres e independientes.¨ Una ¨coyuntura¨ que dura ya 60 años. La coyuntura mas larga en la historia de la humanidad ...
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