Recuerdo con nostalgia aquellos días de mi niñez y adolescencia cuando
todavía no habían confiscado la finca de mi padre. La nostalgia es un
dolor profundo, tan íntimo en el ser humano, que de cierta manera
contiene gran cantidad de analgésicos.
Por eso, esta tarde, cuando entró el carro del pollo a El Volcán para
vender mañana sin haberse terminado todavía hoy la venta del
detergente, a la aglomeración de la cola del día, se sumó de inmediato
la afluencia de los coleros de mañana. ¡Otra erupción más para sumar a
las históricas de gran envergadura!
¿Será el hambre de la población, o la asimilación al casi desaparecido
sistema de colas de las décadas de periodos especiales? ¿Las colas
llegaron para quedarse? ¿Tendremos que acostumbrarnos al
apretujamiento con todo tipo de personas, muchas veces desagradables,
chusmas, ignorantes y vacías de un mañana?
Y en esta tarde de tristes remembranzas me ha llegado a la memoria
otra de las grandes experiencias que aprendí de mi padre. Aquella de
la vez que un cuartón de la finca se infectó de marabú gracias a un
ganado de tránsito que trajo la semilla en el vientre. Unos meses
después del paso de aquellas reses, apareció la plaga en todo el
potrerito con una ferocidad tremenda. Cuando mi padre descubrió
aquello mandó a cerrar herméticamente el cuartón y compró un centenar
de chivos. Instaló una canoa de abrevadero y soltó a los chivos
dentro.
Yo, que era un adolescente preguntón le inquirí al viejo por qué hacía aquello.
–Los chivos se lo comen todo. Hasta la ropa si la tiendes a su
alcance; comen papel, laceran la cáscara de los árboles hasta
secarlos. ¡El diablo son los chivos!
Y, efectivamente, aquel centenar de cabras recorría todas las mañanas
el potrerito y se zampaba cada nuevo retoño de marabú que surgía. Unas
semanas después el marabú comenzó a escasear y los pobres chivos a
ponerse flacos. Yo, siempre intolerante a las injusticias le dije al
viejo:
–Papá, ya casi no queda marabú que comer para los chivos. ¿No temes
que se nos muera el rebaño?
No te preocupes, mijo –me respondió el viejo como la vez de Pascual–,
los chivos son animalitos muy resistentes y capaces de sobrevivir
hasta en el desierto. Cuando se muera de hambre el primero, saco a los
otros. Esa será la señal de que el marabú se ha extinguido.
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