lunes, 13 de julio de 2020

Pascual

Esta mañana, en la cola de El Volcán, ante la evidencia de no alcanzar
pollos, pues trajeron 150 unidades y la multitud sobrepasaba las 300
personas, un anciano militante del grupo comentó en voz alta:
– ¡La culpa de esto la tiene Trump!
Como es natural, no hubo réplicas. Y menos mía. Pero me acordé de Pascual.
Era Pascual un burrito manso y fuerte que tenía mi padre cuando la
finca. Recuerdo que lo llevábamos de rabiata hasta la labranza con el
serón encima para trasladar las viandas a la casa. Mi padre lo colmaba
de calabazas, plátanos y yucas hasta dolerme, porque sentía lástima
del pobre animalito, tan pequeño, capaz de cargar el doble de su peso
al lomo.
–Los burros son muy fuertes, mijo– me consolaba el viejo–. Para eso
los hizo Dios. Las vacas para dar leche, los caballos para largas
caminatas, los burros para cargar el doble de su peso…
Y Pascual tenía una característica especial: era muy inteligente.
Ninguna vaca ni caballo hubiera aprendido, como él, a obedecer las
órdenes de mi padre. Cuando llenábamos el serón de viandas, mi viejo
le decía:
–Pascual, ¡vete para la casa!
Y nuestro pollino arrancaba presto con el bello trotecito de Platero,
y se nos iba delante. Cuando nosotros llegábamos, frente a la puerta
del cuarto de las viandas estaba Pascual, paciente y manso, esperando
a que lo descargáramos.
Tanta fama de inteligente le di al pequeño borrico, que Pepe el Sordo,
otro vecino cosechero de viandas, entusiasmado, se antojó de
comprarlo.
El resultado de este cuento que tanto hacía reír a mi viejo, fue que
luego de que Pepe el Sordo llenara el serón y le gritara: "¡Pascual,
vete para la casa!", el animalito salía trotando alegremente y no se
detenía hasta la puerta de nuestro cuarto de viandas.

Nota:
Una amiga joven que estudia filología, mantiene el criterio de que mi
crónica del burrito Pascual tiene su propósito final un tanto oscuro
para las personas de menor agudeza.
Yo le expliqué que todos aquellos que me leen en Facebook son personas
lo suficientemente cultas como para recibir el mensaje al final de la
parábola. Mi lenguaje es sencillo, alejado de toda esa grandilocuencia
de los que dicen ser eruditos. Puede que alguno de los lectores no se
percate del objetivo en su primera lectura, como ya varias veces ha
ocurrido, pero de inmediato aparece otro que le aclara la idea sin
necesidad de que yo lo haga. Ya dije antes que pensar duele; que es un
ejercicio sacrificado que todos debemos practicar. Al que no entendió
el recado la primera vez, que lo lea dos veces, más despacio. Yo a
veces lo hago.
Y si lo que pretende mi joven amiga es ponerlo tan didáctico como para
que el jimagua de Pascual lo entienda… me niego a ello. Dejemos al
jimagua de Pascual vivir la idílica felicidad de la ignorancia sin
sacrificar su intelecto. Lo lamentable es que todos seguiremos
involucrados en el mismo destino hasta que los pensantes seamos
mayoría.

Pedro Armando Junco

No hay comentarios:

Publicar un comentario