miércoles, 12 de agosto de 2020

Cómo gané mi derecho a la UNEAC

Recuerdo cuando a final de los años ochenta, con un premio nacional en
Talleres Literarios conquistado, acompañé a unos amigos de la UNEAC
hasta el sitio donde iban a celebrar la Asamblea General de ese año y
no me permitieron entrar al salón por no pertenecer a la membresía. No
olvido las palabras de Miguelito Escalona, cuando me echó el brazo y
me dijo:
–No te preocupes, Junco, que dentro de poco vas a estar entre nosotros.
Eran los años en que soñábamos con la utopía. Los años en que
desdeñábamos las latas de carne rusa y el jurel sin cabezas. Los
tiempos en que cualquiera te regalaba un bono de cinco galones de
gasolina gratuito para el carro, o un bono de 3.50 pesos con el que
podíamos almorzar ampliamente en el restaurante del piso doce de
Montecarlo libre de costo.
Y yo, ¿por qué no he de decirlo?, me dejaba arrastrar por la utopía y
desvelaba por alcanzar la membrecía de la UNEAC: una organización que
aglutinaba lo mejor de la intelectualidad cubana junto a lo más
valioso de nuestros artistas. A nadie importó nunca que fuera una
organización creada por la Revolución para tener más a la mano los
talentos nacionales.
Y llegó el Premio David y un año después el advenimiento de los
primeros diez mil ejemplares de La furia de los vientos. ¡Y mi
aceptación en las filas de la UNEAC! Porque para ser aceptado como
escritor en esa institución se debía contar, al menos, con un libro
publicado.
Hago este pequeño recorrido por mis remembranzas, para que ustedes,
mis leales seguidores, conozcan un poco más sobre estos treinta y un
años en la Institución y asegurarles que en todo ese tiempo no
pronuncié una palabra aduladora, ni estampé una firma servil en algún
documento que estuviera en contradicción con mis principios. Por el
contrario, hay una anécdota que no dejaré pasar por alto:
En una de nuestras nutridas asambleas, a mediados de los noventa,
conocedor de la miseria que sufría Jorge González Allué, levanté la
voz y expuse, con palabras bastantes crudas por cierto, la situación
que sufría aquel ancianito músico que se lamentaba sentado a mi
orilla. Creo que dije algo así como que "el autor de Amorosa Guajira
se estaba muriendo de hambre" y se levantó un barullo en la sala que
hasta el presidente luego me señaló: "Coño, Junco, debiste haber dicho
las cosas de otra manera". Pero a partir de ese día se ocuparon del
viejo, le llevaron muebles nuevos para su vivienda (pues había tenido
que coger como leña para cocinar los de su casa), un refrigerador,
otros útiles de hogar más y le situaron a una señora para que lo
atendiera, todo a costo de la UNEAC.
Por eso yo no puedo despotricar de la UNEAC. Si dijera que es una
organización de basura de M…, estaría asegurando que estuve treinta
años metido en un tanque de excrementos. Porque para mí la UNEAC como
institución política me preocupa menos que como el sitio en el que he
hallado decenas de amigos, de personas inteligentes, de artistas
capaces, que de otro modo me habría sido más difícil dar con ellos.
Gozo del respeto y la admiración de muchos de esos compañeros que
durante años se reúnen conmigo en las fiestecitas de agosto y de
diciembre y nos tomamos unas cervezas juntos. Para mí, la UNEAC es ese
conjunto de personas.
En Camagüey, la filial de Escritores reúne alrededor de veinte
asociados. Salvo alguna excepción, todos son mis amigos; sobre todo
las féminas, que son las más inteligentes, las que han publicados los
mejores libros, las más valientes. Porque si a la hora de juzgarme
hubiesen conformado un jurado con ese grupo al que pertenezco, estoy
seguro de que habría salido victorioso.
Por eso y más, no puedo denigrar de la UNEAC a pesar de que un grupito
de jacobinos fundamentalistas, temblando ante la probabilidad de que
no actuar contra mí pueda enredarles sus prebendas, haya determinado
expulsarme. Para nada pierdo el sueño con eso. Al contrario: quienes
seguro están sufriendo pesadillas son ellos al conocer los miles de
personas que me brindan su apoyo desde dentro y fuera del país, ya que
con esa actitud tan arbitraria ponen a la institución que representan
en la picota pública.
Y no se preocupen, mis queridos amigos. Mi vida continúa dentro de la
normalidad. Ayer, por ponerles un ejemplo, la Televisión Camagüey sacó
la cápsula de la entrevista que me hicieron a mediados de la pandemia;
el Centro del Libro y la Literatura ratificó la fecha del día 14 del
presente mes para realizar mi peña literaria "Escritores al bate"; y
se está trabajando en la Editorial Ácana la reedición de mi libro
Crónicas de un pueblo pequeño.
La vida continúa, los cambios son perceptibles y, a esta hora, debemos
dar todo nuestro apoyo al Presidente –sin guataquería de algún tipo–
en su intensa lucha contra la nueva oleada de la Covid 19.

No hay comentarios:

Publicar un comentario